Manuel González Prada, Pájinas libres, "Valera"

VALERA1


(Poeta y epistolario)

     

I

     Con siete laminitas de marfil, que representan cinco triángulos i dos cuadriláteros, se divierten los chinos en formar cientos i cientos de las figuras más caprichosas2. En análogo juego de paciencia s’ejercitan muchos versificadores americanos i españoles: con dos adjetivos, una frase del siglo XVI i otra frase traducida o imitada de algún escritor francés, componen redondillas, sonetos, silvas i cuantas combinaciones métricas conocieron Renjifo i Hermosilla.

     ¿Se quiere adjetivos en las composiciones poéticas de Valera3?

     Un poeta más conciso habría reducido los últimos siete versos a dos:

pero tenía que haber un llanto triste, unos rayos tibios, un aura efervescente, unas chispas vividoras, unas antes recónditas estrellas, un lúcido ornato, algunos ripios más, sin contar la inútil alusión a unos versos de la Divina comedia.

     ¿Se quiere frases hechas?

     El “cuando Dios quería" estuvo mandado enterrar en tiempos de Garcilaso i fué resucitado por Sancho Panza al lamentar en Sierra Morena la pérdida del rucio. El mismo Valera confiesa que "en cualquiera época hai un estilo de convención, un enjambre de frases hechas, una manera, en suma, a la que se adapta la turbamulta de poetas“.

     ¿Se quiere traducciones o imitaciones? La respuesta merece algunos párrafos.

     Muchos atenúan el plajio con el eufemismo de traducción o imitación i consideran como corsarios con patente legal o marinos caleteros a los más descarados piratas. Supongamos un Derecho marítimo redactado por la tripulación del Draque.

      A José Nakens se le antojó escribir que don Ramón de Campoamor metía con alguna libertad su hoz en la mies de Víctor Hugo, i Valera entabló polémica en defensa del acusado4. Defensa i polémica inútiles, i peor aún, hasta contraproducentes, pues ala afirmar Valera que lo tomado a Víctor Hugo no valía la pena, daba desfavorable idea del gusto de Campoamor, que, pudiendo asimilarse lo bueno, escojió lo insignificante o lo malo. Nadie necesita de menos abogados i abogacías que el poeta de las Doloras. Por su rica fantasía, por su profunda intención filosófica, por su verso unas veces gráfico i otras alado, por su estilo viviente i personal, Campoamor compite con los mejores poetas del mundo. Es tan individual, tan él, que se denuncia en una línea, pero no dejenera en monótono ni obstruye con su personalidad i su egotismo. Su imajinación, como las rosas de Oriente, perfuma lo que toca. ¿Hai muchos hombres capaces d’escribir hoi las Fábulas o las Polémicas i mañana Colón o las cuadros dantescos del Drama universal? Los Tennyson, los Leconte de Lisle i los Carducci, no están encima de Campoamor ni l’eclipsan.

     El resultado de la polémica se calcula recordando que las controversias literarias, como fogatas de leña húmeda, suelen producir más humo que fuego. Conforme a las teorías sentadas por Valera, no plajia quien pone en consonante ajenos pensamientos consignados en prosa llana, o traduce en verso una poesía con tal de conservar o mejorar la hermosura del orijinal. Hurto es apropiarse brillantes u onzas; pero no diamantes en bruto para, lapidarles nosotros mismos, ni lingotes de oro para convertirlos en vajillas grabadas con nuestro monograma. Consecuencia práctica: al acercarse el Invierno, róbate la capa del vecino, i para que no te acusen de ratero, mándala teñir. Esto no posee ni el mérito de la novedad, pues muchos sostuvieron lo mismo en términos casi idénticos. “Un autor, en concepto de Nisard, hurta el bien de otros cuando no iguala lo que les toma, como el grajo que se adorna con las plumas del pavo real, pero recobra su bien, como decía Moliére, cuando lo que inventa iguala o supera a lo que toma... Lo que sin ninguna violencia se traslada de poeta a poeta pertenece a los dos con el mismo título. Si hubiera violencia, habría robo”4a.

     Compárese las teorías de Nisard i Valera con la opinión del hombre que nunca se manifestó mui favorable al derecho de la propiedad literaria, que hasta escribió un libro para combatirla. “Todos sabemos”, dice Proudhon, que “el plajio no sólo consiste en el robo de frases i usurpación de nombre o paternidad sino también (i es la manera más cobarde de robar lo ajeno) en l’apropiación de una doctrina, de un razonamiento, de un método, de una idea”4b.

     A cualquiera se le ocurre preguntar si el escritor que sobre el plajio formula teorías de manga tan ancha osa llevarlas a la práctica. Pregunta difícil de contestarse, dada la erudición poliglota de Valera: ¿cómo comprobar fácilmente que pone a contribución un griego, un latino, un inglés o un alemán? Vale más suponer que predice una teoría i sigue otra, que no ejerce ese pickpocketismo literario en que el mérito de la sustracción se aquilata por la destreza del operador.

     Con todo, Valera se cree poeta, como Lamartine se creía gran arquitecto, Chateaubriand gran diplomático, Ingres gran violinista i Gavarni gran matemático.


II

     Desde la malhadada polémica, Valera no desperdicia ocasión de zaherir a Víctor Hugo, porque le guarda la ojeriza de Sancho a la manta. Se maneja con el poeta francés como el que de mala fe nos pisa un callo, i en el acto nos pide mil perdones i nos hace mil reverencias.

     Una vez le censuró haber llamado a la Creación o Universo le crachat de Dieu, el esputo de Dios; no recordamos qué magister colombiano contestó que crachat debía de traducirse en ese caso por condecoración; i sobre si el Universo era condecoración o esputo, se renovó entre colombiano i español la disputa famosa de los Dos Preceptores.

     Atacar todo lo francés, achaque de todo buen español. Algunos escritores castellanos copian, imitan o traducen a Víctor Hugo, i apenas acaban de hacerlo, l’embisten i le denigran. Cosa mui natural: cuando un amigo nos convida la sopa, nos hartamos bien, i en seguida hablamos mal de la sopa i del amigo.

     A más de la ojeriza con Víctor Hugo, Valera esconde su pequeña neurosis, o como dicen los franceses, son dada, creerse escéptico. “Yo que soy un poco escéptico”, dice repetidas veces, á cheval sur son dada. Cada uno cree lo que le parece creíble, i muchos no pasarán tal escepticismo, como no dijieren el republicanismo de Castelar5. Se apostaría que Valera hace cruces al abrir la boca, i bendice el plato, antes de meter la cuchara, imitando al buen español que decía:

     Luis Carreras asegura que Valera “no se atreverá jamás a adoptar un estilo volteriano, por recelo de los abanicos de cuatro emperifolladas i embarnizadas marquesas”, i “que antes de tomar la pluma enciende a su derecha una vela a Dios, a su izquierda otra al Diablo i enfrente una lámpara incandescente a la ninfa Comodidad”5a.

     Lo seguro es que la teomanía la cristolatría resaltan en sus obras. Todo es Dios, en Dios, con Dios, por Dios i para Dios; i en todo, con todo, por todo, i para todo está el divino Redentor. Canta la Resurrección de Cristo, la Divinidad de Cristo, no sabemos si la virjinidad de Cristo; i rendiría gracias a la Providencia que nos colma de infinitas bondades haciendo pasar los ríos por en medio de las ciudades i poniendo en rajas los melones para mayor facilidad de ser comidos en familia. Posee la Cólera santa del justo, el odium teologicum i el regocijo inefable del bienaventurado. No puede mentar a Machiavelli sin anteponerle el calificativo de impío, i arremete contra Pi i Margall6 porque el grotesco Adolfo de Castro “se convierte de sus antiguas ideas de librepensador a ferviente católico”.

     Con una crueldad felina s’encarniza contra el bueno de Aparisi i Guijarro i después de haberle destrozado i desmenuzado, se arrepiente e sufre los remordimientos “del seminarista que regresa de cometer un pecado contra el pudor”. Al fin, Aparisi i Guijarro, que vivió i murió en el seno de la Iglesia, merecía más consideraciones.

     Si Valera no pone en tela de juicio ningún dogma, si hace gala de buen católico, si aboga por el Syllabus7, ¿de qué duda? Se le podría definir: un escéptico sui géneris que rechaza las audacias lójicas de la Ciencia i afirma los desvaríos patolójicos del Catolicismo. Vanagloriarse d’escéptico, i no rechazar el Catolicismo, vale tanto como creerse dispéptico i dijerir el bálsamo de Fierabrás. El escepticismo de académico que asiste anualmente a la misa por el alma de Cervantes, es un artificio retórico, dandismo literario, préstamo de Renan8, pero préstamo tan inofensivo como resolver charadas o jugar dominó8a.

     Valera comparó unas liras de Menéndez Pelayo con una oda de Sinesios, el obispo de Ptolemaida9. Bueno habría sido que autor de las Cartas Sudamericanas se hubiera parangonado él mismo con el autor de la oda griega10. Como los primitivos obispos semipaganos, continuaban en vida conyugal con sus mujeres lejítimas, así Valera, con todas sus dudas i todo su escepticismo, sigue cohabitando con su esposa la Santa Madre Iglesia.


III

     Negado como poeta, no sólo por sus malquerientes, sino hasta por su amigo Revilla, discutido como dramaturgo, admirado como erudito, Valera se impone como traductor, i en la literatura castellana ocupa lugar más prominente que los Eujenio de Ochoa i los Ventura de la Vega.

     Al revés de muchos traductores americanos i españoles, que traducen de traducciones francesas las obras de ingleses o alemanes, Valera acude a la fuente i nos ofrece un agua pura i fresca, recojida con sus manos. Cuando en el encabezamiento de una composición escriba: traducida del alemán o del inglés, debe creérsele, porque los versos no denuncian el trasvase de segunda mano, como quien dice, el empego del orden francés11.

     Sus traducciones cortas de Uhland i Goethe, principalmente las versificadas en romance octosilábico, suelen rivalizar con los orijinales. Esas baladas, esos lieder, admirablemente confeccionados por Valera, figurarán en las antolojías españolas, como figuran las vidrieras del confitero las perlas de azúcar, rellenas con lágrimas d’esquisita mistela.

     Véase dos ejemplos, los más cortos, no los mejores:

     LAS GOTAS DE NÉCTAR

     (De Goethe)

     ROMANCE DEL PASTORCITO Y LA INFANTA

     (Del alemán)

     Sin embargo, en sus Trozos del Fausto descubre al versificador que desesperadamente lucha con rima i ritmo, mientras en su traducción de von Schack, Poesía y arte de los árabes en España i Sicilia11a, cede a escrúpulos monjiles que no conocieron ni los antiguos frailes españoles al interpretar la Egloga II de Virjilio. La pudicia de Valera, ruborizándose ante cosas análogas al

le granjeó los aplausos de un señor Marqués de Valmar11b. Hai algunos santos varones que encuentran mui diáfano el peplus i vestirían a las Musas griegas, como una vieja de Paul de Kock12 pretendía forrar a hombres i mujeres con media docena de calzoncillos.

     En cambio, su fidelidad al traducir algunos pasajes del mismo von Schack le atrajo la fraternal amonestación de un escritor bilingüe. “Así quisiéramos, dice el catalán Milá i Fontanals13, que se hubiesen modificado ciertos paralelos del estado moral y del entusiasmo bélico religioso de los árabes y el de los cristianos; que por más que se trate de árabes, no se alabase cierto género de tolerancia, y que tuvieran el debido correctivo ciertas pullas antimonacales, únicas que al parecer disfrutan de privilegio de desarrugar el sobrecejo científico”13a.

     ¡Lucido habría quedado von Schack en una traducción correjida por un Marqués de Valman i revisada por un Milá i Fontanals! Con el procedimiento de correctivos i modificaciones se convierte a Lutero en defensor de los Papas, a Kropotkine en panejirista del Zar. Es el mismo sistema de los Padres Jetas al aconsejar que “la interpretación de los autoclásicos se practicara de modo que, aunque paganos, aparecieran como heraldos del Cristo”.

     Por un’antinomia común a los místicos (Valera gustó mucho de que le llamasen místico i platónico)13b, el mismo hombre que ceja cuando llega el caso de traducir integralmente una poesía escabrosa, vierte al castellano las Pastorales de Longus, libro en que el episodio de Gnathon pasa de castaño oscuro. Aquí Valera no sólo trasforma en mujer a un hombre, sino hace i deshace del Libro IV como si fuera una obra de su propiedad. Oigámosle.

     ¿Será Valera como algunos spinsters o solteronas inglesas que a solas se pasan horas enteras con los ojos fijos en un estereoscopio de fotografías pornográficas, mientras en público se sonrojan i miran al cielo cuando escuchan hablar de brazos i pantorrillas? No lo sabemos; pero es de temerse que de repente salga traduciendo los epigramas de Straten o el Faublas de Louvel, todo correjido por un Marqués de Valmar, espurgado por un Milá i Fontanals i con induljencias del Ordinario.


IV

     Entretanto consagra sus ocios de cesante o diplomático a escribir Cartas sudamericanas. En esas Cartas, que deberían llamarse Epístolas de un nuevo San Pablo a los Efesos, revela intenciones de convertirse en apóstol o emisario de la buena palabra. Se desvela por hacernos el bien, no como ese pícaro arriero de Cervantes, que se pasaba la noche en blanco porque le “tenían despierto sus malos deseos” de refocilarse con Maritornes. Considerando con razón a España como nuestra madre i creyendo posible nuestro regreso a la vida de feto, quiere convertirse en el cordón umbilical.

     ¿Qué nos trae Valera con sus Cartas? Si el espíritu moderno, le recibimos directamente de Alemania, Inglaterra i Francia sin necesidad de atravesar aduanas españolas; si el espíritu español, le conservamos suficiente para que nos haga falta una nueva importación. Hay muchos críticos españoles que, si bien admiten la emancipación política, siguen considerándose aún como los amos intelectuales de Sudamérica, predican el respeto a la tradición, sin considerar que muchos defectos literarios son herencia de nuestros padres. Lo que en literatura necesitamos los sudamericanos es dejar la tradición española, emanciparnos completamente del espíritu castellano, ser menos gráficos, cortar el cable.

     Hasta hoi sólo nos ha traído un mal. Con sus críticas de’espectación ultramarina, va propagando tal afición hacia el jénero epistolar que los escritores hispanoamericanos concluirán por llamarse, no clásicos ni románticos, idealistas i naturalistas, sino epistolarios. Toda república de lengua española se ilustra hoi con según seudo Valera que en cada día de vapor escribe tantas pájinas como líneas escribió el Tostado en diez años. Gracias a tanto Lord Chesterfield con faldas o tanta madame de Sevigné con pantalones, vamos en camino de ver constituírse un’asociación internacional de alabanzas mutuas i chismes caseros.

     Como los devotos anhelan por la bendición pontifical, así los autores sudamericanos sueñan con una epístola de Valera, que saca del limbo literario i posee más virtudes que bula de la santa cruzada. Novelistas i filósofos, historiadores i críticos, prosadores i poetas, mozos i viejos, todos le envían el primer ejemplar de sus obras, con la esperanza de merecer la consabida carta congratulatoria14.

     Valera suele contestar burlándose del libro i ridiculizando al autor; pero los infelices toman la cosa por el lado serio i pasan su buen cuarto de hora figurándose en posesión de un salvoconducto para la inmortalidad. Hasta vilipendiados, quedan contentos: hai individuos que por la comezón de darse a conocer, atravesarían la ciudad montados en un asno, vestidos de plumas i anunciados por la vociferaciones de un pregonero.

     I ¡cómo sabe escarnecer a su clientela! Verdad que muchas veces con justicia, porque no faltan chauvins que en los modernos españoles vengarían la degollación de Atahualpa ni lacrimosos literatos que con la pérdida de la poesía incaica vivan tan inconsolables como Sancho con el robo de alforjas i fiambre. Se deleita pájinas, de pájinas en hacer la vivisección de algún pobre diablo, hasta que por clemencia i capricho varía de tono i quiere justificarle con atenuaciones i alabanzas. Inútilmente: quita la buena reputación i no logra devolverla. Como aprendiz de brujo, Valera puede sacar al diablo de una botella, mas no volverle a meter.

     Para esas críticas de doble efecto se pinta solo. Hermosilla, Villergas i Clarín, no sólo aplican banderillas de fuego, sino estocadas a fondo: son los tres grandes matadores de la crítica española; pero agradan con toda su injusticia i toda su acrimonia, por la franqueza en emitir sus convicciones i el valor de acometer a cuerpo desnudo sin abroquelarse con frases ambiguas. Valera, con aire de deslizarse sobre su víctima, suavemente, en el sentido de la hebra, asienta la mano i pasa como peine a contrapelo. Quand il fait patte de velours o se calza guantes, cuida de agujerear con disimulo las puntas para que la uña funcione alevosamente. En lugar de hacer cosquillas como Renan o Anatole France, escoria la piel como navaja roma. Escribe sus alabanzas en papel sinapismado, sus denigraciones en el reverso de un parche de ungüento rosado. Asperjea con vitriolo i en seguida pone cataplasmas. La ironía, ese grano de sal en unos o cucharaditas de salsa inglesa en otros, es en Valera lazo gaucho para detener a los audaces o medialuna traidora para desjarretar a los fuertes.


V

     Imitando probablemente a Chateaubriand i Lamartine, que en los últimos años de su vida menospreciaron la literatura, Valera confiesa con señoril desdén que escribe por sólo divertirse i divertir a sus lectores. Lo segundo no sucede siempre: algunas veces narcotiza con sus frases soporíferas, como tertulia de viejos que bostezan, cabecean i hasta roncan. Con sus frases cortas i lijeras, nos introduce en sociedad de pisaverdes que no atraviesan un jardín por conservar el lustre de sus botines ni abrazan fuertemente a una mujer por miedo de arrugarse la pechera.

     Por mucho que se proclame un simple dilettante, denuncia siempre al escritor que se propone llenar diariamente un número fijo de carillas: si tiene algo que decir escribe; si nada tiene que decir, escribe también, porque sabe disimular la vaciedad del fondo con períodos estoraqueados i relamidos. Al releerle cuando escribe por escribir, nos acordamos de los viejos verdes que conservan unos cuantos mechones de pelo, les dejan crecer, les dan ni’ vueltas, les pegan con goma, i piensan haber ocultado la calva.

     Valera no hace gala de castizo i arcaico, habla jeneralmente como todos hablamos, comete sus estranjerismos, aunque más de una vez cede al capricho de construír frases que no desdecirían de ir intercaladas en autores del siglo XVII. Con todo, nunca s’embaraza en el movimiento de los períodos, va recta i derechamente adonde quiere ir i dice siempre lo que quiere i como quiere decirlo, apartándose de los Cánovas, de los Cuetos i de los demás hombres que se figuran nadar en el golfo cuando no consiguen más que chapotear en la orilla. Tiene su dejo artístico, su descuido con cuidado i hasta su admirable bonhomía, pero carece de sabor medular: todos sus libros parecen vertebrados con hueso convertido en jelatina.

     Carece también de pujanza varonil. Lombroso descubre en casi todas las literatas eminentes algo masculino, tanto en sus obras como, en su fisonomía i acciones. Sin avanzar que todos los cortesanos concluyan por afeminarse moral i físicamente, puede afirmarse que cierto aire adamado suele resaltar en las obras de los hombres de mundo. El escritor acostumbrado a las ceremonias de corte i a las jenuflexiones de salón o antecámara, presenta muchas veces en su estilo la minuciosidad i meticulosidad de la mujer; cuando escribe, parece que borda o cose; su pluma concluye por adquirir la sutileza de l’aguja. Véase, por ejemplo, a monsieur Arnese Honssaye, al seudo Petronio del segundo Imperio francés: sus metáforas se reducen a manipulaciones de abanico, su cháchara insustancial a chismografía de cortesanas i porteras. Hai, pues, casos de inversión cerebral: hombres que escriben como mujeres, mujeres que escriben como hombres; i s’espone a graves errores, el crítico que por la forma de un libro intente descubrir el sexo del autor. Así, atribuiríamos a un hombre los poemas filosóficos de madame Ackermann i las disquisiciones científicas de Clemence Roger; por el contrario, atribuiríamos a una mujer los versos de Grilo i la prosa de Valera.

     En sus novelas, más que en todas sus obras, denuncia sus defectos en el fondo i en el estilo: es un Daudet pasado por agua de Javel. La señora Pardo Bazán considera las novelas de Valera como aplicaciones del misticismo y del platonismo, y Brunetiére las encuentra no sólo místicas i platónicas, sino casuísticas. Ahora bien, ¿qué prueba el misticismo? Todo lo que se quiera, menos virilidad d’espíritu. Al entregarse al sueño i al sentimiento, el místico se convierte en un ser neutro, se amputa la razón que es la virilidad del hombre. No sabemos si Valera lleva su misticismo al estremo de avergonzarse de poseer un cuerpo; sabemos si que con todo su casuismo, con todo su platonismo i con todo su misticismo presenta indicios de mostrarse impíamente burlón i hasta hace ademán de lanzar la flecha volteriana; pero, a lo mejor, todo que en nada, sea por gracia del Espíritu Santo, sea “por recelo de abanicos de cuatro emporifolladas i embarnizadas marquesas”.

     Al lector se le ocurre de cuando en cuando preguntarse si toda la relijiosidad i todo el respeto al Catolicismo no s’esplican por la simulación del hombre astuto que evita romper lanzas con la Iglesia, por la táctica del epicúreo que desea vivir i morir tranquilamente. ¿Será Valera más volteriano que Voltaire i más maquiavélico que Machiavelli? Como protestaría de semejante manera de juzgarle, debemos admitirlo tal como se nos muestra, como seguramente desea que le veamos, sin fijarnos mucho en las incompatibilidades que median entre el escepticismo i el misticismo, entre la duda profana i el flirt divino.

     Todo lo aseverado anteriormente no impide afirmar que Valera contenga en sus libros apreciaciones injeniosas i profundas, que sea muchas veces leído con deleite i provecho, que figure como uno de los talentos más cultos i más variados d’España i aun de Europa. Escritor jenérico por escelencia, no se confina en especialidad i abarca muchas materias: es novelista, dramaturgo, crítico, historiador, diplómata, filólogo i con mucha razón se le ha comparado con los eximios humanistas que brillaron en la época del Renacimiento. Sabe latín, alemán, inglés, italiano, francés; ha leído en el orijinal a los grandes i pequeños escritores, antiguos i modernos, i hasta parece que lleva su injenio al punto de traducir el griego sin haberle estudiado.

     Su defecto capital, lo que amengua sus buenas cualidades, consiste en ser hombre de transición, en quedarse en el dintel de una puerta, sin entrar ni salir, en llevar medio rostro bañado de luz i medio rostro cubierto de oscuridad. No vuela libremente: sujeto por la Relijión i la Monarquía, se mueve i cabecea como globo cautivo. Espíritu esencialmente burgués, no tolera el desquiciamiento del orden establecido ni la plena libertad en la concepción filosófica. Adorador del justo medio, nada entre dos aguas: a medias defiende las corridas de toros, a medias combate el poder temporal de los Papas, advirtiendo cautelosamente que no es dogma declarado por la Iglesia.

     Pero no siempre se anda con términos medios: en presencia de un librepensador o revolucionario, ve rojo i embiste, no con franqueza, sino con su buena dosis de subterfujios. En ese caso, su crítica se metamorfosea en toro jarameño con pitones agudos pero dorados. Ya vimos cómo se manejó con Pi i Margall; mas no queda en eso. Exajerando l’antigua costumbre francesa de azotar al paje del delfín cuando el delfín merecía los azotes, se va contra unos cuando delinquen otros, como sucede con Guyau i Comte, que pagan los que no pecan. En unas cuantas líneas o pájinas, escritas al correr de la pluma, como si se tratara de unos advenedizos, clava púazos a Guyau i deja como nuevo al pobre Augusto i Comte.

     Nada que se levante un palmo del suelo: fuera el águila, paso a la avenida o gusanillo alado que vuela un momento para caer y no remontarse nunca; abajo el cedro, arriba la grama. Cambiemos el Océano por una pila de agua bendita; dejemos las selvas ecuatoriales por el jardín de Tartarín de Tarascón.

     Un crítico español tuvo la ocurrencia de comparar a Valera con Goethe. Distingamos: Valera es a Goethe como el padre Claret a Strauss, como Cánovas del Castillo a Bismarck, como Martínez Campos a von Moltke, como Ferrán a Koch i como el mismo crítico es a Hegel.

Sin fecha


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El índice de Pájinas libres.

El porvenir nos debe una victoria, Ensayos y poesía de González Prada.

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Notas

    1Alfredo González Prada, el hijo del autor de Páginas libres, cuenta en una carta a Luis Alberto Sánchez que su padre dejó entre sus papeles un ejemplar de Páginas libres corregido. El joven González Prada afirma en una carta a Luis Alberto Sánchez que “Artículos como ‘Valera’ y ‘Castelar’ están totalmente rehechos”. Pasadena, 6 de abril de 1942. Luis Alberto Sánchez Archives, Pennsylvania State University, “González Prada Correspondence, 1915–1945,” Microfilm A220 [TW].

    2Al final del siglo XX se dio el furor por definir una crítica literaria latinoamericana que hizo mucho logros en formular modelos (porque había varios) para acercarse a la literatura latinoamericana. Ausente de aquel diálogo fueron los artículos de crítica literaria de González Prada (¡y otros!) como el presente sobre Juan Valera. Otros artículos de crítica literaria de González Prada son “Escuelas literarias”, “La crítica”, y varios de los ensayos de Páginas libres como éste sobre Juan Valera, el sobre Víctor Hugo y el tan comentado “Conferencia en el Ateneo de Lima”. Nos gustaría decir que González Prada fue el primero, pero la verdad es que había varios críticos peruanos operando durante aquellos años. Tal vez Prada es el uno de los pocos cuyo nombre todavía tiene resonancia, pero no por su crítica literaria sino por su poesía y su indigenismo. Conviene mencionar el excelente fenómeno de las mujeres ilustradas que brindaban numerosos artículos de crítica literaria. Entre todas ellas destaca el estudio cabal de Mercedes Cabello de Carbonera, La novela moderna: estudio filosófico [1892], Segunda edición, Lima: Ediciones Hora del Hombre, 1948 [TW].

    3Juan Valera es un conocido escritor español, autor de novelas, poesía, ensayos y epístolas. Fue también miembro de número de la Academia Española de la Lengua. Publicaba sus ensayos en revistas limeñas como El correo del Perú y entró en diálogo con la flor y nata de literatos hispanoamericanos, como por ejemplo Rubén Darío. La actitud de González Prada, como se ve con este ensayo, fue diferente de Darío. La carta (22 de octubre de 1888) que Valera escribió a Rubén Darío al recibir un ejemplar de Azul (1888) se convirtió en “Prólogo” de ediciones posteriores. Véase, por ejemplo, "Prólogo" de Juan Valera en Azul... El salmo de la pluma, Cantos de vida y esperanza y otros poemas. Ed. Antonio Oliver Belmás. México: Editorial Porrúa, 1999, págs. 4–16 [TW].

    4José Nakens fue un anarquista español que no sólo capturó el interés de González Prada sino el de varias revistas anarquistas de la época en Lima. Víctor Hugo era el gran dramaturgo y poeta francés del romanticismo social y representó gran inspiración para importantes modernistas como Rubén Darío, José Martí y, claro, el autor de este ensayo, quien, como se ve con los enlaces arriba, publicó ensayos sobre los dos, Nakens y Hugo [TW].

    4aHistoire de la littérature française. Tome troisième, págs. 124 et 158. Le transport sans nulle violence pertenece a Lafontaine que en materia de plajios no tuvo la conciencia muy limpia [MGP].

    4bLes majorats littéraires [MGP].

    5Así como González Prada ofreció con Páginas libres ensayos críticos sobre Hugo y Valera, también incluyó un texto sobre Castelar [TW].

    5aProsistas contemporáneos en Madrid [MGP].

    6Como se nota con el tono de este artículo de crítica literaria sobre Juan Valera, González Prada tiende a criticar a los intelectuales españoles. Una excepción se encuentra en los krausistas peninsulares. Otra, se presenta en la figura de Pi y Margall, quien introdujo las ideas de Pierre–Joseph Proudhon en España y quien introdujo de nuevo (en edición moderna) las obras del Jesuita Juan de Mariana, las que González Prada parece haber consultado para su artículo sobre el tiranicidio, “La acción individual”, de la recopilación que lleva el título Anarquía. Sobre Pi y Margall véase Pierre–Luc Abramson: “L’état dans la pensée politique de Francisco Pi y Margall”, en Actes du colloque de Rennes de l’Association française des historiens des idées politiques, Aix–en–Provence: Presses Universitaires d’Aix–Marseille, 1989, págs. 5–11. Sobre González Prada y Pi y Margall puede consultarse Pierre–Luc Abramson, “Francisco Pi y Margall (1824–1901)” en Las utopías sociales en América Latina en el Siglo XIX, México: Fondo de Cultura Económica, 1999, págs. 69–74 [TW].

    7El Syllabus del Papa Pío IX se publicó en 1864 como apéndice a la encíclica Quanta Cura. Condenó la modernidad con el liberalismo y racionalismo inherentes en ella [TW].

    8Entre todas las fuentes francesas que se puede detectar en González Prada, Hugo, Comte, Proudhon, y Leconte de Lisle, la de Ernest Renan se destaca mayormente ya que le ayudó a González Prada formular sus ideas sobre el catolicismo [TW].

    8aEl grotesco Padre Blanco García, que parece haber tomado a lo serio el tal escepticismo dice “Valera es un escéptico que expone las teorías de Pitágoras y Platón, de la escuela teúrgica de Alejandría y del misticismo cristiano, revolviéndolas como las figuras de calidoscopio”. La literatura española en el siglo XIX. Parte segunda, pág. 147 [MGP].

    9Marcelino Menéndez Pelayo (1856–1912) erudito español dedicado al estudio de la historia de las literatura españolas e hispanoamericanas y las ideas—motriz tras ellas. Por su conservadurismo llegó a ser blanco de González Prada [TW].

    10Las Cartas americanas constituyen un panorama amplio de los intereses de Valera. Muchas de las cartas tratan temas americanos y modernistas como “El parnaso colombiano” (I, 1700–1740), “Vocabulario rioplatense razonado a señor don Daniel Granada” (I, 1792–1799), “Novela parisiene mejicana a doña Concepción Jimeno de Flaquer” (I, 1799–1802), “La poesía y la novela en el Ecuador al señor don Juan León Mera” (I, 1802–1818), “Tabaré a don Luis Alonso“ (I, 1827–1839), ”Tradiciones peruanas a don Ricardo Palma” (I, 1839–1850) en Obras completas de Juan Valera, segunda edición, Madrid: M. Aguilar Editor, 1942. El tercer tomo de las Obras completas de Valera repite algunas de las mismas cartas incluidas en el primero y agrega más “Cartas americanas” y aún “Nuevas cartas americanas”. Sin mencionar a todas las del tercer tomo, algunas interesantes son como las a Rubén Darío (III, 289–298) [TW].

    11No es mera teoría que expone González Prada aquí. Hay una extensa sección de sus Baladas que son traducciones directas de su idioma original [TW].

    11a“Cette traduction faite avec talent serait, peut–être, son principal tritre littéraire”. Louis Lande, Revue des Deux Mondes, Janvier, 1875 [MGP]. De acuerdo con la primera edición, hemos corregido “serait” con “serait” y el acento circumflejo en “peut–être”. Debido a qué se trata de una cita, la hemos puesto entre comillas [TW].

    11bCarta–prólogo a los Estudios poéticos de M. Menéndez Pelayo [MGP].

    12Paul de Kock (1794–1871), novelista francés que atrajo la atención de varios modernistas de la primera generación como González Prada y Manuel Gutiérrez Nájera (México: 1859–1895) [TW].

    13Manuel Milà i Fontanals (1818–1884) nació cerca de Barcelona y fue nombrado a la cátedra de letras en la universidad de esta ciudad en 1845. Se hizo famoso en España cuando publicó De los trovadores en España (1866) y ganó fama internacional con De la poesía heroico—popular castellana (1873) [TW].

    13aManuel Milà i Fontanals, Obras completas, Barcelona, 1890, t. V, pág. 269 [MGP].

    13b“Juan Valera, styliste impeccable, homme de grand savoir, et très mondain que appliquart au reman ses connaissances de la littérature mystique et de la philosophie platonicienne”. Emilia Pardo Bazán, Revues des Revues, Paris, 15 février 1895 [MGP]. Hemos corregido la ortografía de “impeccable” [TW].

    14Seguro que González Prada tenía en mente escritores “políticos” como Rubén Darío que mandaban sus libros a Valera quien, por su parte, les redactaba cartas que se convertían en prólogos. Probable también este párrafo representa una crítica a Ricardo Palma que mostraba cierto afán en corresponder con escritores españoles. González Prada, como fue el caso con la relación epistolar fracasada con Unamuno, tendía no fomentar relaciones epistolares con españoles [TW].

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