Al mismo tiempo que Víctor Hugo hizo de la poesía un arma democrática i demoledora, vino Renan a convertir la erudición en arte májica de infundir la incredulidad2.
Después de Lutero i Voltaire, pocos hombres encendieron polémicas más virulentas ni desencadenaron cóleras más furibundas.
Al traducir el Libro de Job, Renan se presentó como un nuevo escomulgado entre los mil autores inscritos en el Indice; al perder su cátedra en el Colegio de Francia por haber negado los dogmas del Catolicismo, se rodeó de celebridad entre librepensadores i eruditos; pero al escribir la Vida de Jesús, se convirtió en objeto d’execración universal, en cabeza de turco donde los más inofensivos se juzgaron con derecho de asestar un puñetazo.
Como en tiempo de las Cruzadas, justos i pecadores se creían obligados a romper una lanza en Tierra Santa, así, desde 1863 hasta 1870, los buenos i malos discípulos del Nazareno tomaron a punto de honra esgrimir la pluma contra Renan. Mil salieron a la palestra, desde Pío IX que le llamó “el blasfemador francés hasta el obispo Dupanloup que le amenazaba con los “rigores brazo secular”.
Hubo más: protestante i papista, que nunca logran ponerse de acuerdo, se confabularon tácitamente para denigrar el libro i escarnecer al autor. No se concibe hoi la ira que sintieron algunos protestantes porque el hijo de Athanase Coquerel trató a Renan de querido amigo.
Hubo más todavía: los librepensadores le atacaron por razones contrarias, pues encontraron la obra llena de miramientos, transacciones i reticencias, cuando habrían querido que la pluma de Renan se hubiera trasformado en arma hiriente i cortante, en la segunda lanza de Lonjino.
Se formaría una biblioteca muy voluminosa, aunque no mui amena, con todo lo escrito para insultar a Renan i rebatir la Vida de Jesús. Al estallar la guerra franco–prusiana, comenzó el apaciguamiento hacia el hereje i declinó una literatura cultivada por hombres que suplían el jenio con las buenas intenciones.
Renan, que no tuvo mui desarrollado el órgano de la combatividad, continuó encerrado entre sus papeles, sin dejar su siríaco su hebreo, su arábigo, ni su griego, mientras zumbaba el huracán se desencadenaban los truenos. Apenas si concedió importancia al decreto imperial que le destituía de la cátedra en el Colejio de Francia, apenas si una que otra vez se sulfuró con los repetidos i malévolos ataques de Dupanloup. La controversia con adversarios intransijentes i de mala fe, el combate rastrero donde se gasta más lodo que tinta, no cuadraban con la índole del hombre que reunía la mansedumbre de Kant a la sencillez de Spinoza.
Nunca sostuvo polémicas “En la polémica, decía, hai que saber encontrar el lado frájil de sus adversarios i cebarse en él, no tocar las cuestiones inciertas, guardarse de toda concesión, en fin, renunciar a la esencia misma del espíritu científico”3. “Calumniado como nadie, nunca se vindicó, no creía en la eficacia de las calumnias, estaba persuadido que para los espíritus serios la rectitud del hombre honrado se revela siempre”4. “Odiar a los tontos ¡gran Dios! Responder a todas las inepcias, gastar su vida en una lucha infecunda, entregarse a merced de los insultadores,concediéndoles derecho de figurarse que pueden herimos ¡qué locura!, cuando el mundo es tan vasto, cuando el Universo encierra tanto secreto que adivinar, tanta magnificencia que contemplar”5.
Los enemigos de Renan eran lobos que aullaban inútilmente; él, un termite infatigable i silencioso que seguía carcomiendo el madero del Calvario.
II
Hoi nos admira el escándalo suscitado por la Vida de Jesús en la Francia bonapartista i gazmoña. Un pueblo donde escribieron Bayle, Fréret, Diderot, Voltaire i d’Alembert, donde pasó el soplo racionalista i laico de la Revolución, donde Dupuis i Volney redujeron toda la leyenda del Evanjelio a un mito solar, donde Parny cantó la Guerra de los Dioses, donde Laplace, Stendhal i Proudhon hicieron gala de ateísmo ¡s’escandalizaba porque un erudito negaba la divinidad de jesús!
Si Renan procede con atenuaciones, circunloquios i cortesía, no debe inferirse que intenta una obra de transacción entre fanático i ateo, ni afirmar con Jules Levallois que la Vida de Jesús levantó unánime tempestad en los bandos más opuestos, porque “nada separa tanto a los hombres como una tentativa de reconciliación que no se realiza”6. Cierto, Renan al convertir en hombre al Dios usa de gran cautela; pero todos los subterfujios morales; todas las edulcoraciones del lenguaje, no pasan de recursos literarios para ganarse la benevolencia del lector. Jesús se diseña con rasgos tan admirables i simpáticos, se ha embellecido tanto con los adornos adventicios de la leyenda, representa un modelo de mansedumbre tan sublime, que al embestirle con odio i rabia se despierta la invencible antipatía de los lectores, se pierde toda probabilidad de buen éxito en el ataque, s’emprende una obra perjudicial i contraproducente.
Si por muchos de sus libros marcha Renan con los tímidos i conservadores, por su Vida de jesús va con los avanzados zapadores de viejas teogonías. Mide mui bien la magnitud de su demolición, sabe que basta despojar a Cristo del barniz divino para derrumbar el edificio inmenso del Catolicismo. Emprende con toda consciencia una labor profundamente radical, i sólo por maquiavelismo puede calificarse de “respetuoso, disidente” i pronosticar que “algún día la Iglesia le invocará como un apolojista”.
No: la Iglesia le anatematizará siempre como el peor enemigo, i con razón, por incurrir en el imperdonable delito de hacerse leer, por causar a la fe católica el mismo daño que puñal escondido, en ramo de flores o veneno en copa de oro. Jeneralmente, las vidas de Jesús pecan de ilejibles i enojosas, en tanto que la de Renan es atrayente, lijera, por decirlo así, alada. Tiene sabor helénico, i en muchas pájinas trasciende a idilio virjiliano. Si no merece titularse un libro divino, en el sentido ortodojo de la palabra, debe llamarse algo que vale mucho más, un libro perfectamente humano. Al terminar su lectura, se ve que el hijo de María gana inmensamente con perder la divinidad, pues de sombra mítica i lejendaria se trasforma en personaje real e histórico. Ningún hombre puede quejarse de que le hayan consagrado monumento igual, i si volviera jesús al mundo, tal vez preferiría ver encarecidas sus acciones puramente humanas en el libro de Renan a ver glorificados sus prodijios de taumaturgo en los Evanjelios.
Por medio de una crítica injeniosa, despojar el hecho real de todas sus incrustaciones lejendarias; inducir cautelosamente cómo pudieron realizarse los acontecimientos, cuando falta la narración imparcial i concluyendo; espurgar las indecisas o contradictorias pinturas de los Evanjelios, para fijar con rasgos precisos la figura histórica de Jesús, he aquí la empresa intentada por Renan. Cristo, dejando de mostrarse como el gran fetiche i el milagrero, adquiere toda su verdad aproximativa i aparece humanamente posible, aunque dibujado algunas veces con perfecciones sobrehumanas, casi divinas. Sin llegar a convertirlo en Dios, Renan le prodiga exajeradas alabanzas que le roza con la Divinidad. “Jesús es el individuo que ha hecho dar a nuestra especie el mayor paso hacia lo divino... Jesús es la más elevada entre las columnas, que indican al hombre de dónde y adónde debe tender... Jesús no será sobrepasado“. Anticatólica, pero no irrelijiosa, la Vida de jesús exhala un perfume de vago misticismo.
Si el libro de Peyrat deja tal vez en el ánimo del lector una impresión más duradera i eficaz, la obra de Renan, con todas sus herejías destiladas en cláusulas místico–idealistas, ofrece el curioso aliciente de música profana, tocada en órgano de iglesia, por eximio artista.
Eximio artista: ni sus mayores enemigos se atrevieron a negarlo; condenaron su alma, no su estilo ni su lenguaje.
La Vida de jesús posee un mérito indiscutible, una escelencia que la impone i la eternizará: la forma, Renan confiesa que gastó un año en sólo correjirla, porque el asunto requería toda sobriedad, toda simpleza; i con su trabajo asiduo consiguió lo que más enorgullece al artista, disimular el arte. En las muchas cualidades del estilo resalta la suprema, la que parece resumirlas todas, la claridad: no se necesita volver sobre una frase para comprender el sentido, no hai que desperdiciar en interpretarla el tiempo que debe aprovecharse en meditarla. Como decía Joubert de Platón, “el lenguaje se colora con el esplendor del pensamiento”.
En la Vida de Jesús se patentiza el don de algunos escritores franceses para componer con materiales ajenos un libro casi orijinal. La grave erudición de los exejetas, alemanes se convierte con Renan en disertación agradable; o de otro modo: el jugo de los autores jermánicos, al sufrir las manipulaciones del estilista francés, se clarifica i se cristaliza con las facetas del diamante.
III
A Renan hai que examinarle por distintos lados, porque no es una esfera sino un poliedro irregular. El se pinta así: “Estuve predestinado a ser lo que soi: un romántico que protesta del romanticismo, un utopista que predica en política el a ras del suelo, un idealista que inútilmente se afana en parecer burgués, un tejido de contradicciones que recuerdan el hicocervo de la escolástica, dotado de dos naturalezas. Una de mis mitades se ocupa en demoler a la otra, como el animal fabuloso de Ctesias se comía las patas sin notarlo”7.
Si un tonsurado cuelga los hábitos, se convierte a menudo en enemigo implacable del Catolicismo i en el más terco refutador de sus dogmas. Sólo en un fraile ex papista como Lutero se concibe una cólera tan violenta contra los Papas. Renan se manifiesta impío sin hiel, hereje con la seráfica unción de un eclesiástico. Habla del Catolicismo con respeto, casi con veneración; rebosando de ternura inefable, recuerda sus primeros años de fe; confiesa que a la educación relijiosa debe todo lo bueno que hai en su naturaleza; i se lamenta de haber contristado con sus ideas heterodojas a sus primeros institutores, los venerables sacerdotes de Tréguier. De ahí que sus libros encierren una cualidad rara en nuestro siglo: la serenidad. Aunque se manifieste sentimental i melancólico, se aleja mucho de los autores que escriben en continua exaltación nerviosa. Se cierne sobre los acontecimientos i las personas como si fuera de otro planeta, muchas veces como el Micrómegas de Voltaire.
Renan no pasó del misticismo a la voluptuosidad. Cortó su carrera eclesiástica i abandonó el seminario, porque la lectura i meditación de algunos autores alemanes le probaron la falibilidad de sus antiguos maestros. “Hacia 1843, dice, me hallaba en el Seminario de San Sulpicio cuando empecé a conocer Alemania por Goethe i Herder. Creí entrar en un templo, i todo lo que había yo tenido por una pompa digna de la Divinidad me produjo entonces el mismo efecto que flores de papel amarillentas i ajadas”8. Confiesa que toda la vida se mantuvo casto, que sólo amó a cuatro mujeres—su madre, su hermana Enriqueta, su esposa i su hija—, que en los dinteles de la vejez vino a comprender las palabras del Eclesiastés: “Anda, pues, come tu pan y regocíjate con la mujer que amaste un día”. Sin embargo, ”desde niño entreveía la hermosura como don tan superior que el talento, el talento, el jenio, la virtud misma, eran nada en comparación”; i en su vejez escribe frases que recuerdan a Heine predicando la rehabilitación de la carne o a Zola defendiendo la dignidad i nobleza del jenésico: “¡Qué, dice, la obra por escelencia, la continuación de la da estará ligada como un acto ridículo o grosero!”. Quizá en,todo su erotismo senil hai un simple recurso literario, un contajio del naturalismo. Sólo así puede esplicarse que haya escrito:, “El libertino tiene razón i practica la verdadera filosofía de la vida”.
Renan se presenta como ave rara en su época i en su nación, por el desinterés, o “desprendimiento de los bienes temporales”, según decía él mismo. Sus obras le produjeron mui poco: mientras novelistas i dramaturgos acumulaban sumas fabulosas i vivían rejiamente, él vejetaba en la medianía i, a no ser por el Gobierno de la República, habría muerto en la escasez. Cuando el Imperio, al quitarle la cátedra d’hebreo, quiso darle una compensación, él la renunció altivamente. Sin ser despilfarrador como Lamartine o pródigo como Dumas, no tuvo como Voltaire i Víctor Hugo la ciencia práctica de la vida. Su felicidad habría consistido en que alguien hubiera tomado a cargo alojarle, alimentarle, vestirle i calentarle, dejándole completa libertad de pensar i escribir. Poco más o menos la dicha del buen abad que pide una buena biblioteca sin desdeñar un buen refectorio.
Contrariamente al pesimismo jeneral, Renan se regocijaba de haber nacido i proclamaba el placer de vivir. Siempre se mostró satisfecho, salvo que toda su satisfacción no pasara de un velo discreto para disimular los combates interiores. Quizá ni su alegría ni su tristeza fueron mui profundas, porque el verdadero fondo de su carácter parecía un egoísmo sonriente, amable i de buen tono. El mismo declara con llaneza que de su educación clerical guardaba el horror a las amistades particulares, que nunca prestó servicios a sus amigos i por consiguiente a nadie. Probablemente, los dolores de la Humanidad no le quitaron una hora de sueño. Le tocó buen asiento para ver la representación del drama, i se divertía sin cuidarse mucho de averiguar si sus prójimos se divertían también. Hombre ajeno a las pasiones profundas i por consiguiente a los dolores profundos, miraba el Universo por el lado bueno profesaba un optimismo tan exajerado que más de una vez rayaba en irónico. Quién sabe si toda su filosofía optimista s’esplica por este arranque: “Debemos la virtud al Eterno; pero, como desquite personal, tenemos derecho de agregarle la ironía, devolviendo así a quien lo merece, burla por burla, haciendo la misma pasada que nos hicieron”.
Hombre de restricciones i reticencias, de avances i retrocesos, daba un rasguño i en seguida restañaba la sangre i aplicaba un vendaje, sin pensar que la cicatriz quedaría indeleble. Los rasguños mujeriles que Renan ha dado al Catolicismo producen más daño que los furibundos hachazos propinados por otros. Por una parte ha quitado al ídolo de cartón sus papeles dorados, i por otra ha querido apuntalarle con barras de hierro.
IV
Paul Bourget afirma que la obra de Renan, considerada en conjunto, es de ciencia. ¿Erudición no convendría más? Una serie de encadenamientos 1ójicos i sin contradicciones, un todo inatacable i compacto, en fin, una gran pirámide de observaciones rematada con l’afirmación de una lei, eso no se busque en los escritos de Renan. El mismo lo conoce cuando en su vejez se lastima de haberse consagrado a investigaciones “que nunca lograrán imponerse i quedarán siempre como interesantes consideraciones acerca de una realidad desaparecida para no volver”9.
Hasta se figura desviado de su carrera intelectual, i con asombrosa injenuidad escribe en sus últimos años: “El estremo ardor que la Fisiolojía i las Ciencias naturales escitaban en mi espíritu, me hace creer que, al haberlas cultivado sin interrupción, habría llegado yo a muchos resultados de Darwin, resultados entrevistos por mí”10. Pero el haber entrevisto desde mui joven muchos resultados de Darwin no le impide resolver metafísicamente problemas que pertenecen a las Ciencias naturales (como por ejemplo el orijen del lenguaje), ni llamar “falsa hipótesis la idea de una primitiva Humanidad viviendo en estado salvaje i casi bestial”11. “La Ciencia, dice, demuestra que cierto día, en virtud de leyes naturales que hasta entonces habían presidido el desarrollo de las cosas, sin escepción n’intervención esterior, el ser pensante aparecío dotado de todas sus cualidades i perfecto en cuanto a sus elementos esenciales, i, por tanto, querer esplicar l’aparición del hombre sobre la Tierra por las leyes que rijen los fenómenos de nuestro globo desde que la Naturaleza ha cesado de crear, sería abrir la puerta a imajinaciones tan estravagantes, que ningún espíritu serio se detendría en ellas un solo instante“12.
Renan costeó el continente científico a manera de un Américo Vespucci; pero no penetró en él como un Hernán Cortés o un Pizarro. Así, recordando a Schopenhauer, llama al amor “voz lejana de un mundo que quiere existir”; recordando a Darwin, afirma que “el amor orijinó la belleza en el animal”; recordando a Jacobi, dice que “sus antepasados le legaron sus añejas economías de vida, que piensa por ellos”; recordando a Flammarion, escribe: “Pensemos que todo lo existido existe aún en alguna parte como imajen capaz de ser reanimada. Los clichés de todas las cosas se conservan. Los astros de la estremidad del Universo reciben actualmente la imajen de acontecimientos realizados hace muchos siglos. Las matrices de todo lo existido viven escalonadas en las diversas zonas del espacio infinito“.
Al leer su Porvenir de la Ciencia, al recordar que alguna vez otorgó a los futuros químicos un poder sobrehumano, al oírle sostener que “el mundo nos revela un’ausencia completa de plan reflexionado a la vez que el mismo esfuerzo espontáneo del embrión hacia la vida i la conciencia”, se le creería un sabio moderno; pero al ver sus continuas divagaciones en la esfera del misticismo, al escucharle profetizar la inmortalidad del sentimiento relijioso i proferir que “sólo un materialismo grosero puede atacar esa necesidad eterna de nuestra naturaleza”, se le distingue a mil años de un Taine declarando el vicio i la virtud naturales como el vitriolo i el azúcar, o de una madame Ackermann proclamando que “el elemento de las relijiones el la ignorancia”, que “la Fe desaparecerá con la Ciencia”, que “una Humanidad más civilizada no necesitará creer sino saber”.
No se le compare con Darwin o Spencer, no se le pida tampoco l’audacia de un Feuerbach para derribar todo el edificio relijioso de la Humanidad, ni de un Haeckel para reconstruír la evolución de la vida en el Planeta; pero, sin salir de Francia ni penetrar en el dominio de las Ciencias naturales, compáresele con Letourneau, André Lefévre o Guyau. Junto a la Irrelijión del Provenir o al Bosquejo de una Moral sin obligación ni sanción, muchos libros de Renan parecen anticuados i retrógrados. Hasta Vacherot llegó a conclusiones más atrevidas sobre el porvenir sicolójico de la Relijión13. Su gran audacia consistió en negar la divinidad de Cristo i sostener, aunque no siempre, la concepción hejeliana del Universo, es decir, considerarle como un ser en la jestación de Dios. El no se detuvo a reflexionar en la fecunda solidez del Positivismo; i aunque rindió entusiastas homenajes al carácter filosófico de Littré, procedió injustamente con Augusto Comte acusándole de haber escrito en mal francés: acusación de gramático a gramático, no de filósofo a filósofo.
Los ortodojos le tachan d’escéptico. No, Renan no merece el calificativo, porque si puso en duda lo dudable i lo dudoso, afirmó la realidad del mundo sensible, creyó ciegamente en la demostración matemática i aceptó la lei comprobada con observaciones i esperimentos. En lo moral i relijioso, se abstiene o divaga; en lo dogmático “afirma categóricamente la humildad de Jesucristo i l’ausencia de revelación divina. Es, como dice Jules Simon, incrédulo, no escéptico”14. Con todo, el padre Gratry no carece de razón cuando le tacha de sofista. Renan sostiene el pro i el contra con asombrosa desenvoltura, no por mala fe, sino tal vez por descubrir,la frajilidad de la Dialéctica: edifica un castillo de barajas, le derriba de un soplo, i en seguida le reedifica para volverlo a derribar. Se diría que se propone burlarse de la lójica, del asunto i del lector. Nos acordamos de Mefistófeles enamorando a la vieja Marta.
Cuando Renan reconoce en Víctor Cousin “uno de los escitadores de su pensamiento”15, se comprende que por el afán d’encontrar en todo alguna verdad, quiera conciliar hasta las contradicciones. Si algunos de sus defectos nacen del Eclecticismo, otros s’esplican por la exajeración del espíritu crítico: el temor de engañarse i la manía de creerse un “espíritu delicado i libre de pasión”, le hacían muchas veces afirmar todo con reticencias o negar todo con restricciones, es decir, no afirmar ni negar i hasta contradecirse, pues le acontecía emitir una idea i en seguida, valiéndose de un pero, defender la contraria. De ahí su escasa popularidad: la multitud sólo comprende i sigue a los hombres que franca i hasta brutalmente afirman, con las palabras como Mirabeau, con los hechos como Napoleón.
José Ernesto Renan, nacido en Tréguier el 27 d’Enero de 1823, murió en París el 2 de Octubre de 1892.
El, que solía poner en duda la existencia de Dios i la inmortalidad del alma, nada temió tanto como la decadencia cerebral i de nada cuidó más que de su fama póstuma. “¡Cuánto me dolería, dice, el atravesar un período de apocamiento en que el hombre antes fuerte i virtuoso queda reducido a la sombra i a la ruina de si mismo, causando muchas veces el regocijo de los tontos al ocuparse en destruír la vida que laboriosamente edificó! Semejante vejez es el peor don que los dioses otorgan al hombre. Si tal suerte me cabe, protesto de antemano contra las flaquezas que un cerebro reblandecido me haga decir o afirmar. A Renan sano d’espíritu i de corazón, como estoi ahora; no a Renan medio destruído, por la muerte i no siendo ya el mismo, como seré si me descompongo lentamente, es a quien yo quiero que se oiga i crea”.
Había deseado morir violentamente en el campo de batalla o asesinado en la curul del senador, i en algo se cumplieron sus deseos, pues s’estinguió dulcemente, sin agonía dolorosa, conservando hasta los últimos momentos la lucidez cerebral. Con él no hubo mascaradas relijiosas ni leyendas de muerte a lo Juliano el Apóstata o arrepentimientos in extremis a lo Littré i Claude Bernard, porque al sentirse grave, tuvo la precaución de recomendar a los miembros de su familia que no le llamaran sacerdote, aunque en las angustias i alucinaciones de la última hora le oyeran clamar por auxilios espirituales. Casado con una protestante (hermana del pintor Ary Scheffer), asistido por sus dos hijos, rodeado de amigos fieles i prevenidos, el asalto clerical no pudo ni ser intentado.
Muerto impenitente i laico, Renan tuvo suntuosas exequias nacionales, atravesó París en una especie de triunfo póstumo, i fué a reposar en el cementerio de Montmartre, bajo la misma tumba que Scheffer, no mui lejos de Théophile Gautier i Henri Murger.
¿Cuáles fueron sus últimas, sus definitivas convicciones? Pregunta difícil de responderse, cuando se recuerda que el mismo Renan esclamó un día: “In utrumque paratus. Estar preparado a todo, es quizá la sabiduría. Entregamos, según las horas, a la confianza, al escepticismo, al optimismo, la ironía, es la manera d’estar seguros que, a lo menos por momentos, hemos poseído la verdad“16.
Para dar alguna idea de sus convicciones en Política i en Sociolojía, bastan algunas citas de su libro, publicado con el pomposo título de La reforma intelectual i moral.
“El egoísmo, fuente del socialismo; la envidia, fuente de democracia, formarán siempre una sociedad débil, incapaz de resistir a poderosos vecinos. Una sociedad sólo es fuerte con tal de reconocer el hecho de las superioridades naturales, que en el fondo se reducen a una sola, la del nacimiento, puesto que la superioridad intelectual i moral no es más que la superioridad de un jermen de vida, desarrollado en condiciones particularmente favorecidas”.
“No soi rico, pero no podría casi vivir en una sociedad sin ricos. No soi católico, pero me gusta mucho que haya católicos, hermanas de caridad, curas de aldea, carmelitas, i si de mí dependiera suprimir todo eso, no lo suprimiría”.
“En realidad, la Iglesia i la escuela son igualmente necesarias: una nación no puede pasarse sin una ni otra: cuando Iglesia i escuela están en pugna, todo va mal“.
“. . .educar al pueblo, reavivar sus facultades algo amortiguadas, inspirarle (con l’ayuda de un buen clero patriota) l’aceptación de una sociedad superior, el respeto de ciencia i virtud, el espíritu de sacrificio i abnegación...”
“No considerando más que el derecho de los individuos, es injusto que un hombre sea sacrificado a otro hombre; pero no es injusto que todos se sometan a la obra superior que realiza la Humanidad. Cumple a la Relijión esplicar estos misterios,i ofrecer en el mundo ideal superabundantes consolaciones a todos los sacrificados en la Tierra”.
Lo último es el cómodo sistema de una relijión para el pueblo, sistema que trasciende a ironía sangrienta en labios del hombre que no vivió mui seguro de hallar en la otra vida las compensaciones que ofrecía jenerosamente a los desgraciados.
Efectivamente aunque dijo: “que prefiere el infierno a la Nada”, “que espera i desea la inmortalidad”, no vivió muy seguro de lograrla. I ¿cómo, si ni sobre Dios tuvo idea clara i definitiva? Su Dios es unas veces un devenir, otras lo divino en la Naturaleza,otras el Padre celestial de Jesús, otras el papá–Dios o viejo calavera que se divierte con las travesuras de sus nietos. Atacó a Béranger por son Dieu des bonnes gens, i se muestra más irreverente que Béranger; censuró a Voltaire por sus impiedades, i se manifestó, más impío que Voltaire. Voltaire acusa a Júpiter de habernos jugado una broma pesada al crearnos; Renan afirma que “el seductor supremo ocultó gran parte de ironía en nuestras más santas ilusiones”. Voltaire, moribundo, responde al sacerdote que l’encarece los méritos de Jesucristo: “No me hable usted dese hombre”. Renan, al atravesar la puerta de una Iglesia, se quita el sombrero. “Creía que estaba usted de pleito con el buen Dios”, le dice su amigo. Renan responde: “Nos saludamos, pero no nos hablamos”.
¿Hai acaso un abismo entre Voltaire i Renan? Quién sabe si la Vida de Jesús podría llamarse otra Doncella de Orléans, no en verso volteariano, sino en prosa renaniana, con la diferencia que donde Voltaire se muestra grosero, desvergonzado i mordaz, Renan se manifiesta pulido, discreto i simplemente irónico.
Renan es un Voltaire clarificado i tamizado.
VI
Al compulsar hoi los trabajos de Renan, se admira dos cosas: la flexibilidad del talento i la inmensa laboriosidad. El mismo hombre que descifra una vieja i borrosa inscripción semítica, escribe los Dramas filosóficos o los Recuerdos de infancia i juventud. Como Voltaire, maneja la pluma con mano moribunda i sólo descansa al hundirse en el sepulcro. Achacoso, amenazado ya por la muerte, dicta dos cursos en el Colejio de Francia i trabaja sin reposo en concluir su Historia del pueblo de Israel. Más afortunado que su amigo Taine, no deja inconclusa ninguna de sus obras capitales.
Sus adversarios, principalmente los católicos, le acusan de frívolo i lijero, olvidando que la Misión de Fenicia, la Historia de los oríjenes del Cristianismo, la Historia del pueblo de Israel, la Historia jeneral de las lenguas semíticas i el Corpus semiticarum inscriptionum, revelan muchísimas horas de estudio i profundas meditaciones. Cierto, Renan pagó tributo a su época escribiendo volúmenes de simples amenidades o amplificaciones; pero semejantes libros, compuestos muchas veces para ceder a la petulancia voraz de los editores, no encerraban la savia ni el meollo de su talento: eran cosas análogas a los entretenimientos o desahogos del artista, que después de fabricar una basílica iluminaba una miniatura o cincelaba una copa. El descubre tal vez el fondo grave de su carácter cuando escribe que de todas sus obras prefiere el Corpus semiticarum inscriptionum la más árida i de público más restrinjido17.
Tal vez la última circunstancia contribuía mucho a la preferencia, pues, como Taine, proclamaba l’aristocracia intelectual i habría deseado convertir a los sabios en una especie de seres privilejiados o divinidades terrestres. I no sólo miraba en menos al vulgo pedestre, sino que en un momento de pesimismo literario ataca en globo a sus contemporáneos i pronostica siniestramente que nada o casi nada vivirá de todo lo escrito en el presente siglo. Sin manifestarse tan pesimista como él, se puede preguntar: ¿Cuál de i sus trabajos sobrenadará en el futuro naufrajio? ¿Quién acierta en profetizar la selección del porvenir? Quevedo, uno de los hombres más sabios de su tiempo, vive por las letrillas i romances, por lo superfluo de su injenio. Ni los autores mismos conocen la suerte de sus obras: Petrarca cifraba la gloria en sus versos latinos. Newton apreciaba tanto su libro sobre el Apocalipsis como sus tratados de Matemáticas. Algo semejante sucede ya con Renan: olvidamos al colaborador de Víctor Leclerc, al viajero i al arqueólogo, al lingüista i al filólogo, al historiador de Israel i al traductor de Job, el Cantar de los cantares i Eclesiastés, para sólo recordar al estilista de la Vida de Jesús. Pensó vivir por la erudición, i vive por lo que menos estimaba o finjía no estimar: la literatura.
Renan se dibuja como un erudito que se duele de haberse consagrado a la erudición i como un literato que s’enorgullece detener en menos la literatura. Dice que no adolece de vanidad literaria, que algún tiempo de su vida hizo caso de la literatura por sólo complacer a Sainte–Beuve que ejercía mucha influencia en él. Sin embargo, antes de conocer íntimamente a Sainte–Beuve i después de haber escapado a su influencia, escribió frases, pájinas i libros enteros de simple Literatura. Cuando afirma que “desierto es monoteísta“, que “las paralelas s’encuentran en lo Infinito”, que “si la Naturaleza fuera mala sería fea“, que “Dios es ya bueno; pero no todopoderoso i que sin duda lo será un día” ¿no construye frases puramente literarias? Cuando escribe la Plegaria en el Acrópolis o Emma Kosilis ¿no llena pájinas puramente literarias? Cuando compone los Recuerdos de infancia i juventud ¿no hace libros puramente literarios i hasta lamartinianos con una Graziella en forma de Noemí?
En fin, Renan realizó con la Exéjesis alemana lo mismo que madame Staë1 i Egger intentaron con la literatura i la filolojía jermánicas. Puede la Ciencia destruir una parte de su obra, como sucede ya con el Orijen del lenguaje, pero el arte conservará siempre mil i mil de sus pájinas donde s’exhala el aliento de una juventud eterna i se aspira el inefable aroma de la vida. En las antolojías francesas ocupará un lugar cerca de Lamartine, porque no media gran distancia entre Jocelyn i la Vida de Jesús. Si Lamartine fué poeta extraviado en la política o abeja que labró su panal en el gorro frijio, Renan fué poeta emparedado en la erudición o un Ariel que llevó en sus alas el polvo de una biblioteca.
1893
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El índice de Pájinas libres.
El porvenir nos debe una victoria, Ensayos y poesía de González Prada.
Para comunicarse con el Webmaster.
1Escrito en París, 1893, el año anterior a Páginas libres, donde lo recoge por primera vez, es un anticipo de otros dos artículos que escribió sobre el autor de la Vida de Jesús, los cuales aparecieron póstumamente [LAS].
2Ernest Renan (1823–1892) fue un filólogo que se especializaba en el llamado Medio Oriente. De acuerdo con su formación positivista veía a la Biblia como un texto literario para estudiar científicamente, es decir, filológicamente. Su libro más importante, La vie de Jesús (1863) fue parte de su monumental obra sobre los orígenes del cristianismo. Renan influyó en el concepto que tuvo González Prada de cristianismo y de inmanencia. Véase Thomas Ward, La anarquía inmanentista de Manuel González Prada (Lima: Horizonte; Universidad Ricardo Palma, 2001, págs. 55–70). Su obra tuvo gran eco en lo que se podría llamarse el ensayo modernista. Tanto el Ariel de José Enrique Rodó como Páginas libres de González Prada se destacan por la huella renaniana aparente. Este ensayo de Prada se concibió como una elegía a la muerte del gran filólogo francés [TW].
3Études d’histoire religieuse. Préface [MGP].
4La chaire d’hébreu au Collège de France [MGP]. De acuerdo con la primera edición, hemos restaurado el signo diacrítico grave en collège [TW].
5Feuilles detachées [MGP]. Una “t“ suprimida en “detachées” [TW].
6Deisme et Christianisme [MGP].
7Souvenirs d’enfance et de jeunesse [MGP].
8La réforme intellectuelle et morale [MGP].
9Souvenirs [MGP].
10Souvenirs [MGP].
11De l’origine du langage [MGP].
12Études d’histoire religieuse [MGP].
13En su libro la “Relijión”, Vacherot se ha inclinado después al Catolicismo y últimamente acaba de lanzar estas afirmaciones: “Dios entrega a los hombres la política y se reserva la religión” [MGP].
14La Revue de Paris [MGP].
15Feuilles detachées [MGP].
16Souvenirs [MGP].
17James Darmesteter, Revue Blue, 21 octubre 1893 [MGP].
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