EL MENSAJE Y LA PROVIDENCIA 1



     Un señor de muchas agallas solía repetir: “Cuando un prójimo se me acerca y en seguida me habla de Dios, yo me pongo en guardia porque estoy seguro que mi bolsa corre peligro”.

     Cuando el señor Romaña empieza su Mensaje con este hors d'oeuvre ecuménico: “Sea mi primera palabra de sincero reconocimiento a la Providencia Divina que hasta aquí nos acompaña”, no creemos que ningún peruano lleve la descortesía ni la insolencia hasta el punto de repetir en calle y plazas: ”Este prójimo nos quiere nicolasear1 el portamoneda”. Aunque la sabiduría vulgar nos preste margen a la desconfianza y los malos juicios (por aquello de

     “Deciros he palabras de santo

     Y echaros he las uñas como gato”).

     nosotros creemos que las gentes mal intencionadas tienen el solo derecho de exclamar al leer el introito del Mensaje: “Este buen señor se propone engatusarnos, o como vulgarmente se reza, meternos unas largas y otras cortas”.

     Desde los albores de la Independencia hasta la inauguración del actual Congreso, Dios y la Divina Providencia figuran como salsa indispensable en todos los guisos de la cocina peruana: en nombre de Dios, nos desangran los Sangredos o políticos de sable; invocando a la Providencia, nos desvalijan los Gil Blases de Santillana o sociólogos con levita. Si el argentino San Martín declaró que el Perú era “libre e independiente por la voluntad de los pueblos y la justicia de su causa que Dios defendía”, un celebérrimo general peruano lanzó su candidatura a la Presidencia formulando un estupendo programa donde se leía, más o menos: “Conciudadanos: desciendo al palenque eleccionario, no porque me vanagloríe de mis escasos merecimientos, sino porque cuento con dos factores importantes: la voluntad unánime de mis compatriotas y el auxilio manifiesto de la Divina Providencia”. Con todo el auxilio manifiesto y con toda la voluntad unánime, el pobre general se quedó sin la Presidencia, chasco pesado que no ha sufrido el señor Romaña, aunque sólo contaba con uno de los dos factores.

     Volvamos al Mensaje: El “hasta aquí nos acompaña” merece algunas rectificaciones o comentos. Si el “nos” se refiere a todos los peruanos, que el señor Romaña o el primero de sus acólitos nos absuelva esta sola pregunta: ¿la Divina Providencia acompañó también a Vizcarra y a los prisioneros extraídos de la cárcel y fusilados por oficiales adictos al Gobierno y emparentados con algún elevadísimo personaje? Si el “nos” incluye solamente a Demócratas y Civilistas, haremos una salvedad: cierto que durante mucho tiempo los Coalicionistas de 1894 dispusieron de las rentas nacionales como se dispone de una herencia particular; cierto que gobernaron sin justicia ni misericordia, como se gobierna en un estado berberisco; pero los buenos amigos concluyeron por reñir y cisionarse con motivo de la elección presidencial: los Demócratas rebeldes o cismáticos no caben en el “nos”, dado que en lugar de retener honores y prebendas, acabaron por recibir calumnias y prisiones, garrote y bala.

     Por último, si el señor Romaña usa el “nos” con el único fin de evitar la petulancia del yo, celebramos su ingenuidad y franqueza: la Providencia Divina le acompaña tan bien que, gracias a la compañía, disfruta de treinta mil soles al año, casa, mesa, servidumbre, capellán exclusivo y todo lo que, honestamente hablando, se comprende en estas dos palabras: el resto. Sólo conviene mencionar una circunstancia, por vía de ilustración: al joven Telémaco le condujo por tierras y mares la Diosa Minerva, oculta bajo la figura de Mentor; al ingeniero de Yumina le llevó hasta el sillón presidencial una Providencia encarnada en un clown de pera, mechón, piernas cortas y algunas cosas largas.

     No debe sorprendernos que un hombre asistido por Dios hiciera confesión general antes de ceñirse la banda, ni que tomara de consejeros íntimos o directores espirituales a clérigos, frailes, siervos del Señor y demás candidatos a la santificación por la gazmoñería. Nuestro Mandatario procede lógicamente y con arreglo a sus convicciones al encerrar todo un programa de gobierno en propinarnos mucha iglesia y mucho fraile, mucho sermón y mucha novena, mucho sursum corda y mucho dominus vobiscum. (Bienaventurado varón, tan digno de nuestras alabanzas como el beato Martín de Porres y la Madre Monteagudo! Mientras un “soplo de irreligiosidad cunde por las más recónditas poblaciones” de nuestra República, mientras “malos hijos del Perú derraman en todas partes el virus de la incredulidad” y mientras una juventud desvanecida y loca se revuelca en el repugnante fango de la concupiscencia, él murmura un padrenuestro al abrir los ojos, oye una misa al saltar de la cama, salmodia un benedicite al sentarse a la mesa, repite la jaculatoria del día al abrir un expediente, reza un rosario de quince misterios al acostarse y se santigua varias veces antes de cumplir con el crescite et multiplicamini.

     En las oraciones al aire libre o soliloquios místicos por los alrededores de Arequipa, el señor Romaña divisó probablemente la magnífica sobrepelliz de nieve que algunos días envuelve los colosales músculos del Misti, y se dijo: “Si un volcán tiene sobrepelliz ¿por qué los habitantes de una república no llevarán sotana?” Y velis nolis, se propuso no sólo conferirnos las órdenes menores, sino ordenarnos in sacris y meternos en un pilón de agua bendita. La obra le pareció realizable, ya que Piérola nos había convertido en medio sacristanes.

     Dudamos que el enfrailamiento nacional llegue a consumarse. A los pueblos les sucede con el fanatismo lo propio que a los niños les pasa con el biberón o la mamadera: viene un día que los hombres desean mascar sólido, no chupar líquido. Por atrasados y envilecidos que se hallen los peruanos, no se resignan a representar ovejunamente el papel de unos infelices o almas de Dios, con barbas en el rostro y mamadera en la mano. Que algunos, pensando colmarnos de supremos bienes, quieran vernos en la condición de viejos regresados al biberón, eso nada significa. Lo bueno, lo gordo está en que los propinadores de felicidades a lo divino encuentran muchas veces un escarmiento a lo humano. Para derramar el bien se necesita la ocasión oportuna y la voluntad del que ha de recibirle. Si no, que lo diga el cuento.

     Un muchacho muy devoto (a quien llamaremos Eduardito para concederle el honor de llevar el mismo nombre que nuestro popular Mandatario) oyó decir en la cátedra del Espíritu Santo que un solo acto de caridad nos abría las Puertas del Ciclo, porque en la balanza divina tanto pesa un vaso de agua ofrecido a un sediento como una larga existencia de rezos, ayunos y maceraciones. Queriendo ganar el Cielo de un modo fácil y barato (como algunos consiguen los elevados puestos) Eduardito se armó de un vaso con su respectiva garrafa y se puso de facción en el umbral de su casa. A pesar de que llovía crudo y calaba los huesos un friecillo de puna, Eduardito preguntaba con almibarada voz a cuantos individuos se ponían a tiro de sus palabras: —“¿Quiere usted un vaso de agua fresca?”. Muchos tomaban la cosa por el lado jocoso y se reían a caquinos, hasta que un transeúnte de malas pulgas, figurándose que le hacían una broma de feo gusto, empuña garrafa con vaso y los estrella en las narices del inocente y mal inspirado Eduardito.

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Notas

     1Publicado en La Idea Libre de Lima, el 18 de agosto de 1900 [AGP].

     3 Provincialismo que no se halla en ningún diccionario de la lengua. Para su significación ocúrrase a Barrenchas, Billinghurst, Oliván, etc. (autor).

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