“GERMINAL” 1



     Durante el gobierno de Piérola nos hallábamos en vía de santificación, practicando la más difícil de las virtudes evangélicas —el desprendimiento de los bienes terrenales. Verdad que nos desprendíamos a la fuerza y no de voluntad; pero la forma nada significa, lo esencial estriba en que el desprendimiento se realice.

     Al pisar la calle, temblábamos de que nos detuviera un celador y nos gritara: “Especie de Gil Blas, o mañana mismo, a las doce en punto, devuelves el dinero de Barrenechea o vas a los aljibes del Callao. Y no sueñes en fugar, porque te siguen los sabuesos de la policía secreta. Por más señas y para no olvidarme la hora convenida, venga el reloj”.

     Al permanecer en nuestra casa, no estábamos libres de que entre gallos y medianoche se nos aparecieran seis o siete Demócratas y nos arrebataran sofás, sillas, mesas, alfombras, colchones y utensilios de cocina. Ya no debíamos limitarnos a decir: ¡Cuidado con la bolsa! Nos hallábamos en situación de repetir: ¡Cuidado con las ollas!

     Efectivamente, con un pierolista que demandara por deuda ilusoria, con un segundo que hiciera de juez y con algunos otros que sirvieran de alguaciles, testigos y depositarios, vivíamos expuestos a quedarnos sin más bien que la esperanza en la salvación eterna.

     No de otro modo despojaron a la Unión Nacional de su imprenta. Al narrar minuciosamente las iniquidades cometidas por los colaboradores y subalternos de Piérola, incurriríamos en repeticiones inútiles; a más, causaríamos la risa de los lectores, dado que los peruanos tenemos la buena costumbre de reírnos de las víctimas, siempre que el verdugo procede con arte y maña. Escribimos estas líneas, no para formular una protesta ni hacer una reclamación, sino con el único objeto de responder a los muchos que en las provincias desean saber por qué no renace Germinal. En un país donde la administración de justicia suele convertirse en ciego y dócil instrumento del Poder Ejecutivo, donde conciencias de jueces y vocales tienen alza y baja como las acciones de una empresa industrial, donde los llamados a velar por el cumplimiento de las leyes son los primeros en violarlas y hacerlas violar ¿de qué sirven reclamaciones ni protestas? Aquí no hay derecho que valga ni razón que se tenga contra el poder, la bolsa o las faldas,

     En la hoja suelta que el Comité de Lima lanzó el 28 de febrero de 1899, con el título de “Las autoridades y la Unión Nacional”, se decía:

     “Quizá si el Excelentísimo señor de Piérola, absorbido por la inmensa labor de construir el hogar nuevo, no sabe siquiera la existencia de Germinal ni de su imprenta”.

     Y verdad: Piérola no supo hasta el 2 de marzo (y eso “por los artículos de algunos diarios”) que el 24 de febrero un Juez de Paz nos había nicolaseado la imprenta. El león no caza moscas. Desdeñando pequeñeces y miserias, ocupándose de cosas elevadas y dignas de su magno ingenio, Piérola no tiene por qué saber ni recordar menudencias que los otros hombres sabemos y recordamos: él ignora u olvida, por supuesto, que un tal Billinghurst arroja epístolas y epístolas con el fin de que un viejo amigo le de vuelva el portamonedas; él ignora u olvida que un tal Baquedano ganó las batallas de San Juan y Miraflores; él ignora u olvida que un tal Manuel Pardo cayó herido de muerte el 16 de noviembre de 1878; él ignora u olvida que un tal Dreyfus, después de sorbernos algunas toneladas de guano, resultó nuestro acreedor, en virtud de un decreto supremo. Apostaríamos a que si mañana quiebra La Colmena, él ignora u olvida quien alzó con el santo y la limosna2.

     Según las notas cambiadas entre el Director de Gobierno y el Intendente de Policía, se vino a descubrir que de lo sucedido con la imprenta de Germinal, nada sabía el Presidente de la República, nada el Consejo de Ministros, nada el Prefecto de Lima y casi nada el mismo Intendente de Policía. Todo se había realizado correctamente, en el campo judicial, sin la más leve ingerencia de las autoridades políticas... Era la mentira impudente y cobarde, la mentira de todo un Gobierno, desde el primer mandatario hasta el último alguacil.

     A cualquier hombre se le ocurre hacerse la siguiente pregunta: si para consumar un negocio de menor cuantía, como el asalto de una imprenta, se emplean las iniquidades que todos sabemos ¿de qué medios no se habrán servido ciertas gentes para realizar las cosas gordas o negocios de mayor cuantía, como, por ejemplo, el Contrato Dreyfus, la eliminación de Pardo, la subida a la Presidencia y el zarpazo al millón de la sal?

     Pero hubo algo más repugnante y odioso que el Gobierno, y ese algo fue casi toda la prensa de Lima. Ningún diario ignoraba los hechos, todos sabían cómo se había consumado el delito, y, sin embargo, muchos callaban o hablaban maliciosamente de “procedimientos judiciales en una imprenta”3. Esos paladines de las libertades públicas, esos jeremías que se deshacen hoy en lluvia de lágrimas al oír las amenazas de los chilenos a los periódicos nacionales de Tacna y Arica, no tuvieron entonces una sola palabra de indignación al presenciar las iniquidades cometidas por Piérola con el fin de matar el órgano de un partido. Se dirá que uno sirve a quien le paga: concedido; pero cuando un escritor pertenece a la servidumbre de Palacio, debe cargar su libreta de doméstico en vez de lucir su pase de periodista.

     Despojados de nuestra imprenta, nos vimos forzados a enmudecer, como enmudecieron casi todas las voces independientes y de oposición. ¿No se hablaba continuamente de diarios suprimidos, de periodistas encarcelados y hasta de imprentas asaltadas a balazos? Si en la capital se salvaba la forma, en las provincias se procedía brutal y descaradamente. Salvo rarísimas excepciones, sólo se hablaba entonces para adormecer al país con la mentira o para simular una oposición tibia, deslavazada y contraproducente. La insolencia y el despotismo de arriba eran comparables con la humillación, el servilismo y la cobardía de abajo.

     Piérola (que seguramente llama retirarse de un salón el salir echado a puntapiés) declara hoy su “apartamiento por entero de toda acción política”, y, fiel a la costumbre de darse a sí mismo con el incensario, rememora sus “cuatro años de labor afanosa, inspirada únicamente en la justicia”. Aunque al jefe demócrata no se le debe tomar a lo serio, aunque habla como esos borrachos que después de administrarse una copa de ajenjo barbotan un discurso a favor de la templanza, nos dan ganas de recordarle a qué se redujeron sus cuatro años de Gobierno. Mas no vale la pena; sólo diremos para concluir: si la honradez que piensa mostrar como gerente de una empresa económica se parece a la justicia que descubrió como Presidente de la República, no envidiamos a los accionistas de La Colmena.

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El porvenir nos debe una victoria, prosa y poesía de Manuel González Prada.

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Notas

     1Artículo inédito, escrito a fines de 1899 o principios de 1900. A propóposito de la clausura de Germinal, véase el artículo anterior, “Las autoridades y la Unión Nacional” y la nota editorial a “Cuidado con la bolsa” [AGP].

     2La última frase (desde donde dice: “Apostaríamos...” etc.) parece haber sido agregada posteriormente por el autor [AGP].

     3Al margen de estas líneas el autor ha escrito a lápiz lo siguiente: “Algunos, corno La Ley y El Bien Social, hablaron. . .”. La nota está inconclusa, pero quiere indudablemente significar que esos dos periódicos —diario civilista el primero y órgano de la Unión Católica el segundo— protestaron del atentado contra Germinal. En la frase “casi toda la prensa de Lima”, admite el autor que hubo algunas voces de condenación.

     Luis Alberto Sánchez, al referir en Don Manuel el incidente de Germinal, dice: “El Gobierno no trepidó en tolerar un nuevo ataque. Nuevamente se acudió a la tinterillada para clausurar Germinal, como se había hecho con La Luz Eléctrica. . . Pero surgieron amigos olvidados: en las mismas columnas del diario civilista La Ley, plenamente conservador, aparecía días más tarde un artículo vibrante contra el despojo y la violación de la libertad de prensa. Se titulaba ‘Una iniquidad’. Lo había escrito el joven abogado Víctor M. Maúrtua. Piérola leyó el breve artículo de La Ley, su aliado. Recortó el suelto y lo remitió a don Manuel Candamo, uno de los jefes del Partido Civil. Candamo hizo separar inmediatamente a Maúrtua del periódico” (Don Manuel, ed. Ercilla, págs. 169–170) [AGP].

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