LAS AUTORIDADES Y LA UNION NACIONAL 1



     Si un habitante de Londres o San Petersburgo revisara nuestra Constitución y nuestras Leyes, se imaginaría, si no que vivirnos en una república modelo como Suiza o Estados Unidos, al menos que habitamos en un país donde la propiedad y la vida están suficientemente garantizadas.

     Desgraciadamente no sucede así: basta residir algunos meses entre nosotros para convencerse de que las garantías individuales y los derechos del ciudadano son ilusorios o letra muerta. El pueblo del Perú, acusado de inquieto y revolucionario, debe citarse como un ejemplo de mansedumbre y sufrimiento, al constatar que los verdaderos sediciosos son los Gobiernos, eternamente rebelados contra la Ley y la Justicia. Aquí se aprisiona y se destierra, se quita la bolsa o se arruina la propiedad, se flagela o se fusila, sin que nadie se admire ni lo tome de nuevo. Gemimos bajo la tiranía de bárbaros que se arrogan el título de cívilizados.

     ¿Mentimos? Vengan todas las personas de buena fe, recuerden la serie de iniquidades cometidas en los últimos años y digan si el Perú se parece más a Inglaterra que a un reino de Africa; si nuestro Excelentísimo Señor Presidente de la República se halla más cerca de la Reina Victoria que de Behanzín, el destronado reyezuelo del Dahomey.

     Lo últimamente sucedido con la imprenta de Germinal revela la persistencia de la barbarie tradicional, agravada con un nuevo elemento: la hipocresía. Cuando en los “abominables tiempos del hogar viejo” surgía un periódico de oposición, las autoridades encarcelaban al escritor o sellaban la imprenta, ambas cosas francamente, a la luz del Sol, arrostrando con cinismo pero con valor las consecuencias de los actos. Hoy se da el golpe, se esconde la mano y hasta se compadece a la víctima: es el nuevo arte demócrata de hacer el mal a oscuras, por carambola y de recoveco.

     Cuando bajo el nuevo régimen se quiere impedir la salida de un periódico, se busca a tres o cuatro miserables (cosa no muy difícil de encontrarse en las filas de cierto partido) y con ellos se tiende una red tan bien urdida que el más listo y avisado no consigue precaverse ni librarse. Un miserable, o si se quiere, un rufián, demanda al administrador de la imprenta “por uso ilegal de tipos ajenos”; otro figura como apoderado del demandante; otro como alguacil y otro como Juez de Paz. Entablada la demanda, el juez, sin notificar siquiera al demandado, se aparece en la imprenta el día menos pensado, por lo común entre dos luces, y con el auxilio de la fuerza pública, alza con la imprenta. El cuaterno que interviene en el negocio de Germinal se recomienda por anteriores proezas: basta indicar que el juez de Paz ha dejado recuerdos muy honrosos en la Municipalidad de Lima.

     Y los autores principales y ocultos de maquinación tan cobarde y vulgar se imaginan que dejan atrás a Machiavelli y logran engañar al mundo entero. Como todo pasa en el terreno puramente judicial, es claro que el Intendente de Policía, el Prefecto, los Ministros y el mismo Presidente de la República, nada tienen que ver en el asunto. ¡Quizá si el Excelentísimo Señor de Piérola, absorbido por la inmensa labor de “construir el hogar nuevo”, no sabe siquiera la existencia de Germinal ni de su imprenta! Respecto a la Unión Nacional, tan pocas noticias posee de ella que no hace mucho la confundió con la Liga de Librepensadores.

     Desearíamos que el Presidente de la República supiera que existe la Unión Nacional y que hubo una imprenta donde se publicaba no hace mucho un semanario titulado Germinal. El hombre que de una sola plumada cortó el juicio con Dreyfus y le reconoció veinte millones de soles, puede hacer con un simple decreto que nos devuelvan lo robado. Que Arístides nos oiga.

     No puede negarse que en tres años y medio de envilecimiento y adulación, que en tres años y medio de escuchar a todas horas el himno de la prensa mercenaria, los oídos del Excelentísimo señor de Piérola se han acostumbrado a no escuchar más sonido que la música de las alabanzas: no pueden tolerar la discordancia de una sola censura. Nuestro buen Presidente paga su claque, y sin embargo cree sinceros y desinteresados los palmoteos: es como un hombre que escribiera su panegírico, le hiciera repetir por un fonógrafo y le escuchara embelesado y satisfecho, como si estuviera oyendo el eco de la voz universal.

     El Ministro de Gobierno, obedeciendo a las inspiraciones de su amo, afirmó en una nota dirigida a la Cámara de Diputados el 31 de agosto de 1898, que “el artículo 65 de la Constitución hace intangible al primer Magistrado de la República durante su período“. Como la nota fue motivada por un juicio formulado sobre el señor de Piérola en una conferencia pública, lo de intangible quiere decir indiscutible2. Nadie tiene, pues, derecho de juzgar los actos del Presidente de la República hasta que cese en el desempeño de sus funciones.

     Nos hallamos en presencia de un hombre que transitoriamente o por cuatro años posee los atributos de la Divinidad: no se le discute, se le obedece. ¡Ojalá el enunciador de tan original teoría nos la hubiera enseñado con la práctica! Mas desgraciadamente no fue así. Desde El Cascabel hasta La Patria, todos los semanarios y diarios sostenidos, fomentados o redactados por el Jefe Demócrata, no sólo juzgaron acremente a Pardo y le cubrieron de lodo, sino que pregonaron y aconsejaron su exterminio. Un periódico anunció “la muerte de César” con algunas horas de anticipación... En Germinal no hemos llegado a ese punto, y si llegáramos, la culpa sería de quien nos dio el ejemplo.

     No cabe duda, hoy se desea suprimir todas las hojas independientes, con el fin de quedarse en familia y proceder con entera libertad en Jas próximas elecciones, si es que se realizan. Porque estamos en este dilema: o Romaña Presidente o el señor de Piérola Dictador. Son tal vez dulces los recuerdos del año 1880, quizá deslumbran y quitan el sueño los laureles de Porfirio Díaz.

     Nada nos coge de nuevo en el señor de Piérola, porque en sus treinta años de ambición mórbida y sus correrías revolucionarias, ha concluido por sufrir un eclipse moral; pero ¿qué decir del Ministro de justicia y Presidente del Consejo al colaborar en tales operaciones o, cuando menos, al hacerse de la vista gorda y no aplicar el debido correctivo? Si la justicia que el señor Loayza administra en la Vocalía de la Corte Suprema se parece en algo a la justicia que hace administrar por los Jueces de Paz ¡lucidos quedan los litigantes!

     En fin, sépase que si Germinal cesa de publicarse, no es porque nos hayan faltado lectores ni porque la Redacción tema seguir por el camino comenzado: es simple y llanamente porque un Gobierno abusivo y despótico se vale de medios indignos para hacernos callar.

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El porvenir nos debe una victoria, prosa y poesía de Manuel González Prada.

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Esta edición ©2004 ©2024 Thomas Ward

Notas

     1Artículo publicado en hoja suelta, en Lima, el 28 de febrero de 1899, con motivo de la clausura de Germinal por el Gobierno de Piérola. A más del título, la hoja lleva como encabezamiento: “Germinal —Organo de La Unión Nacional” y se halla firmada por “El Comité Directivo” del Partido. González Prada no la conservó entre sus escritos; pero es de su pluma, sin lugar a duda. Véase el artículo siguiente, “Germinal” y la nota editorial al artículo anterior, “Cuidado con la bolsa” [AGP].

     2Alusión del autor a su conferencia “Los Partidos y la Unión Nacional”, dada en Lima el 21 de agosto de 1898 e incluida en el libro Horas de lucha [AGP].