ESTAMOS CON SAN JERONIMO 1



     Cuando a nuestros liberales y librepensadores se les censura por educar a sus hijos en institutos religiosos, suelen aducir que el hombre, al entrar en pleno ejercicio de su razón, al recibir una instrucción científica, elimina fácilmente errores adquiridos en la niñez. A tales sicólogos les parece cosa tan sencilla erradicar de un cerebro las creencias religiosas como borrar lo escrito en la arena de una playa o sacudir el polvo adherido a la luna de un espejo. Olvidan que si el cuerpo del niño se desarrolla conforme a la dirección orgánica de la especie, la inteligencia se forma según las primeras enseñanzas de la escuela y los primeros ejemplos de la familia2.

     Bien lo recuerdan los sacerdotes al querer monopolizar la educación de la infancia y considerar la instrucción primaria como indeleble tatuaje cerebral. Don Bosco, sin ser un águila de Meaux ni un cisne de Cambrai, había comprendido perfectamente dónde se hallaba la reserva inagotable del Catolicismo, y trató de fundar, no liceos ni universidades, sino escuelas primarias. Seguramente, el buen hombre no conocía mucho a los santos padres; mas pensó como los más sabios de aquellos ilustres varones.

“Las impresiones de los primeros años se borran difícilmente, decía San Jerónimo: lana teñida una vez, no recobra su color natural; el ánfora conserva por mucho tiempo el aroma y el gusto del primer licor encerrado en ella”.

     Dada la herencia y conocido el ambiente, ya se explica el atraso de nuestra evolución mental. Poseemos comentadores de Justiniano y Alfonso el Sabio, de Platón y Spinoza, de Benjamín Constant y Stuart Mill; carecemos de intelectuales sin residuos teológicos y rezagos metafísicos. Aquí los hombres de más ilustración comienzan a razonar como Comte o Spencer y acaban por divagar como Donoso Cortés o el obispo Dupanloup. Los librepensadores guardan su molécula de timoratos, los liberales llevan su partícula de retrógrados. Individuos que por calles y plazas van exhibiendo su irreligiosidad, esconden más allá de lo visible una capilla o un altar donde veneran a su santo y oyen su misa. Raros, rarísimos, logran expeler el sedimento de los siglos; los más vegetan sin audacias de hombre libre, con sumisiones de siervo medioeval, doblemente maleados por la herencia y la educación: en el orden intelectual, pertenecen al coro de los niños con barbas3.

     Y no se puede obtener mejor artefacto nacional, por el modo de beneficiar la materia prima. Desde la escuela nos aleccionan para sólo ganar el cielo, así que el virus heredado con la sangre y mantenido en el hogar se intensifica y agrava con el mal germen comunicado en escuelas primarias, liceos y universidades. La educación oficial quedaría figurada, exactamente, por una serie de circunferencias con radios desiguales y un mismo centro, fijo, intangible y sagrado —el Catolicismo. Efectivamente, las universidades mismas (inclusive San Marcos) deben considerarse como prolongaciones de las escuelas salesianas, que el profesor universitario al dictar sus Fundamentos y Dogmas o su Derecho Canónico, sigue la orientación fijada por el hermano cristiano al enseñar su Historia Eclesiástica y su Vida de Jesús.

     En nuestra Universidad Mayor (en ese invernadero de tradiciones coloniales) no se transige con alumnos de espíritu rebelde, no se concede el pase a tesis contrarias a la Religión Católica o a la moral burguesa ni se nombra profesor alguno sin el beneplácito de un sanedrín político–religioso. Para ingresar al cuerpo docente no se necesita ciencia, erudición ni gramática; basta con el dignus est intrare del Consejo Universitario. Los concursos nada significan, sabiéndose con antelación el nombre del favorecido con la cátedra. Con mayor o menor hipocresía, jóvenes o viejos, casi todos navegan por las mismas aguas y adquieren la joroba moral de la corporación. Los animados por el deseo de innovar, enmudecen pronto y se amoldan en la rutina, viendo lo imposible de mover el peso bruto de la mayoría. Basta rememorar un hecho: cuando en Lima se supo el fallecimiento de Herbert Spencer, uno de la “Sorbonne Peruana” puso la noticia en conocimiento de sus discípulos, invitándoles a “congratularse por la desaparición de un imbécil”. La medalla magistral de San Marcos tiene, pues, el valor de un detente, y los catedráticos merecerían el título de Santos Padres sin griego ni latín4.

     Si la instrucción oficial y superior marchan de manera tan lastimosa ¿cómo andarán la instrucción media y primaria no dependientes del Gobierno? Los directores de colegios libres intentan hacer a las congregaciones docentes una competencia de negocio, únicamente de negocio; y para conseguir su objeto, apelan al reclamo con la misma petulancia del curandero ambulante al ensalzar la eficacia de su panacea. Por ganarse la clientela de las familias acomodadas, fingen una piedad monjil y hasta logran superar el clericalismo a los clérigos mismos. Y ¡pobres de ellos si no lo hacen! Al primer indicio de relajación en el cumplimiento de las prácticas religiosas, al simple vislumbre de una tendencia medio laica, toda la gazmoñería limeña (azuzada por el clero) forma vacío en torno del culpable, le calumnia, le boycotea y le obliga a clausurar el establecimiento. Hemos visto desaparecer muy buenos colegios porque sus fundadores infundían sospechas de liberalismo.

     Por causa igual los extranjeros proceden lo mismo. Como a un europeo se le censurara el hacer comulgar a sus discípulos, cuando repetidas veces había declarado su ateísmo, respondió con una risotada: “Usted, amigo mío, no serviría para director de colegio: no entiende el negocio”. Y los extranjeros conocen tan bien el negocio y se adaptan al medio que no sólo esquilman a los padres de familia con las pensiones fabulosas, sino explotan a los preceptores nacionales caídos en sus manos. El infeliz profesor peruano trabaja oscura y silenciosamente, representando el papel, de, motor invisible, mientras los amos europeos se llevan la fama y la utilidad. Es el verdadero paria, ya dependa del Gobierno, ya preste sus servicios en un colegio libre.

     Durante mucho tiempo nos han engañado lastimosamente haciéndonos creer en los grandes métodos, la sabiduría y la moralidad de los pedagogos europeos. Al arribo de cada remesa, la Nación se regocijaba de recibir un Pestalozzi o un Froebel. Disfrutaban de sueldos pingües y gollerías regias; mas nadie censuraba lo subido del gasto, al considerar el mérito de lo adquirido: artículo caro, producto bueno... Desgraciadamente, suizos, belgas y alemanes dieron fiasco, los alemanes más que los belgas y los suizos. Las gentes se van convenciendo al fin que el pedagogo alemán nos ha traído solamente una insaciable sed de lucro, una disciplina de cuartel prusiano, una moralidad dudosa y una ciencia confitada en alcohol. Tal vez abunden en el profesorado alemán los pozos de sabiduría y las cumbres de perfección moral; pero semejantes maravillas no vinieron aquí: aquí llegaron únicamente los marchands de soupe. Ocurre preguntarse ¿de dónde exhumó el Gobierno a esos individuos para entregarles la dirección de los colegios? ¿Qué malos vientos condujeron hacia el Perú a esos escueleros disfrazados de apóstoles?

     Algo bueno se vislumbra. Ingleses y yankees parecen llamados a ejercer una acción reparadora. En algunas poblaciones de la Sierra, los primeros han fundado escuelas libres; y tanto por la índole de las lecciones como por el ejemplo, van modificando notablemente las costumbres del indio. Así, alrededor de las escuelas establecidas en Puno surge una colonia donde se observa la higiene, va desapareciendo el alcoholismo y se adquiere algo desconocido en nuestras clases inferiores: el concepto de la dignidad humana y por consiguiente el respeto, a los demás y a sí mismo. Como la vida moral y abnegada del profesor inglés evoluciona paralelamente a la existencia escandalosa y egoísta del cura, el indio compara: si hoy logra saber que en el mundo hay blancos sin la fiereza y la codicia del español o del mestizo, mañana verá que las dos principales causas del envilecimiento indígena se hallan en el Catolicismo y el aguardiente.

     El profesorado yankee no necesita encomio. Los norteamericanos abren sus puertas a los institutores de los demás pueblos, les seleccionan y en poco tiempo les transfunden la sangre nacional, a punto de quitar a los alemanes mismos su rudeza de reitres medioevales. Reducida esfera de acción han tenido en el Perú los educadores yankees; sin embargo, un Giesecke en la Universidad del Cusco y un MacKnight en la Escuela Normal de Varones hablan mucho en favor de ellos.

     Más ¿conviene arraigar esperanzas? A nadie admiraría que un Gobierno retrógrado expulsara de Puno a los institutores ingleses, nombrara Rector de la Universidad del Cusco a un padre jesuita y pusiera en manos de clérigos o frailes la Escuela Normal de Varones como puso en manos de monjas la Escuela Normal de Mujeres. No se alzaría tina sola protesta5.

     Cuando Billinghurst expidió un decreto dando esencia netamente religiosa a la instrucción pública y amenazando transformar liceos y escuelas en auxiliares de los seminarios ¿quién levantó la voz en la prensa, en las Cámaras y en el profesorado? Sin embargo, el decreto infería más daño al país que la disolución de cien congresos, le hacía retroceder medio siglo. Que periodistas y congregantes enmudecieran, no admira, conocido el fuste de ambas corporaciones; mas ¡los jóvenes con ínfulas de independientes y los pedagogos con humos de reformistas! Aquí vemos la licencia en el ataque al individuo, no la libertad en la discusión de las ideas. Al tomar la pluma, viejos y jóvenes vuelven los ojos a la Unión Católica y echan agua de Lourdes en el tintero.

     No dejaron de echarla (y bien dosificada) los fundadores del Partido Nacional Democrático al redactar un programa, tan aguachento como pampanoso, donde condensan los textos escolares y resuelven todos los problemas conocidos o por conocer, menos el religioso6. Eclécticos y doctrinarios (no a lo Cousin ni a lo Royer–Collard sino a la criolla), se figuran ponerse a la cabeza de la evolución nacional cuando se escabullen a retaguardia, en las filas de un Piérola o de un Vivanco. Piensan encender un foco de mil bujías y prenden su vela de sebo. Loyolas que de puro jesuitas no llevan sotana, merecen llamarse arrieristas, arrivistas o ambas cosas al mismo tiempo, que van con el rostro vuelto a las espaldas, marchando adelante y mirando atrás, como el Euripilo de la Divina comedia. Sin desdeñar contingente alguno, queriendo hacer leña de todo palo, admiten en su seno a los ejemplares de todos los colores y de todas las marcas. De un mal libro compuesto por Alarcón decía Quevedo: “Es un coche de alquiler”. Del Partido Nacional Democrático podemos decir: es una carrozza di tutti donde se juntan el Radical, el Liberal, el Demócrata, el Constitucional y el Civilista, amén del obispo, el cura, el padre comendador, el manoguillo, el sacristán y la madre abadesa. Con la trinidad fraseológico del nombre y el verbalismo universitario del programa, quisieron disimular el verdadero móvil de su organización; pero no bien salidos a luz, se denunciaron ellos mismos, revelaron su condición de apéndice o cola: cola hoy del Civilismo y cola mañana de cuantas banderías surjan para eternizar la dominación de una casta o de una familia.

     Los pedagogos nacionales y los naturalizados han invadido los diarios de Lima para dilucidar las más arduas cuestiones de educación pública: todo lo rebuscan, todo lo analizan, todo lo resuelven, menos la conveniencia o la inconveniencia de la instrucción laica. Ni uno solo ha dado la nota libre. Parece que a juicio de todos ellos las escuelas neutrales no se distinguen de las confesionales ni el institutor con solideo se diferencia del preceptor con americana. No hay antagonismo entre la Religión y la Ciencia, valiendo tanto Moisés como Lyell o la Mística ciudad de Dios como El origen de las especies. Cuando los pretensos educadores de la juventud arriban a tal grado de prudencia, se vuelven calamidad tan grave como los parlamentarios de oficio, los hacendistas de relance y los sociólogos de afición. Que entre solecismo y barbarismo algunos pedantes recomienden el estudio asiduo de la gramática o que a través de la prédica moralizadora descubran el boniment a la clientela, se les disculpa: errare humanum est, como dirían muchos de ellos; mas no se les perdona la fabricación de malísimos textos, principalmente los consagrados a narrar la Historia del Perú. Quien desee ver la pintura más falsa de los hombres y la tergiversación más grosera de los hechos, abra cualquiera de las historias nacionales aprendidas en nuestros colegios. Según Quevedo, no había médico español sin guantes ni mula; hoy no se concibe pedagogo alemán sin anteojos ni magíster peruano sin agua bendita. Desde que Bismarck atribuyó al maestro de escuela el triunfo de los prusianos en Sadowa, todos los preceptores de ambos mundos se tienen por artífices de victorias nacionales; y si en la Guerra del Pacífico hubiéramos derrotado a los chilenos, hoy los escueleros de Coracora y Ninacaca se arrogarían el papel de vencedores.

     El Perú, marcadamente Lima, no posee fuerzas individuales ni colectivas para luchar con la arrolladora inundación de las congregaciones docentes. Si en años anteriores hubo la propaganda del Círculo Literario y de la Unión Nacional, hoy esas dos agrupaciones han desaparecido en la vorágine política. Tal vez no hicieron mucho; pero siquiera levantaron la voz y lanzaron una protesta. ¿Quién protesta hoy? Los masones mismos, después de semidespertar en la Stella d'Italia, han vuelto a sumergirse en su modorra secular. En este desierto no clama una sola voz.

     Nadie se yergue para repetir que el niño maleado por la educación religiosa quedará moralmente enfermo en toda su vida, y que San Jerónimo tuvo mucha razón al decir: “Las impresiones de la niñez se borran difícilmente: lana teñida una vez, no recobra su color natural; el ánfora conserva por mucho tiempo el aroma y el gusto del primer líquido derramado en ella”.

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El índice de Propaganda y ataque.

El porvenir nos debe una victoria, prosa y poesía de Manuel González Prada.

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Notas

     1Artículo inédito, escrito, con toda probabilidad en 1914 [AGP].

     2Nota marginal del autor: Madres y escueleros primarios hacen del niño lo que indefectiblemente será mas tarde. Corto el número de los privilegiados, de los que expelen el virus adquirido en los primeros años.

     3Nota marginal del autor: Mosto fermentado en barricas de vinagre.

     4Nota marginal del autor: Facultad de Letras regentada por algunos iletrados. .. (Inconcluso en el manuscrito).

     5No se cumplieron los vaticinios pesimistas del autor respecto del Rector de la Universidad del Cusco ni de los institutores ingleses: el Dr. Alberto A. Giesecke desempeñó hasta 1923 las funciones del Rectorado y las misiones evangélicas (pertenecientes en su mayoría a la secta adventista) continúan hasta hoy su labor de educación y cultura entre los indios de Puno. En cambio, los hechos confirmaron el pronóstico de González Prada sobre la Dirección de la Escuela Normal de Lima; como resultado del fanatismo militante de un sacerdote español (el P. Arámburo, de la Orden de los Franciscanos descalzos) y la débil condescendencia de un Presidente de la República (José Pardo) el Dr. Joseph A. MacKnight fue separado de su cargo en 1915. “Desde entonces la Escuela Normal vive bajo el acecho de frailes extranjeros, quienes han logrado que se mantenga en el plan de estudios del flamante Instituto Superior de Pedagogía la enseñanza de la Religión desde un punto de vista puramente sectario”. Palabras del Dr. José Antonio Encinas en un Manifiesto a los maestros graduados en la Escuela Normal de Lima con ocasión del vigésimo quinto aniversario de la Fundación de dicha Escuela).— [AGP].

     6Nota marginal del autor: Un vademécum del bachiller en Ciencias Políticas y Administrativas, un memento escolar donde se almacena la sustancia insustancial de las copias universitarias.

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