Señores:
Vengo a ser arrastrado por el buen camino, dije en 1887 al asumir la presidencia del Círculo Literario; i hoi me cumple decir que en el año transcurrido no fuí el capitán a la cabeza de su compañía, sino el recluta enrolado a las filas de hombres sin arrugas en la frente ni repliegues en el corazón.
Felizmente, lejos de dar estériles vueltas al rededor de una columna como el personaje de la leyenda popular, nos dirijimos hacia las rejiones de la luz, i ya divisamos el país donde retumban las tempestades.
El Círculo Literario, la pacífica sociedad de poetas i soñadores, tiende a convertirse en centro militante i propagandista. ¿De dónde nacen los impulsos de radicalismo en literatura? Aquí llegan ráfagas de los huracanes que azotan a las capitales europeas, repercuten voces de la Francia incrédula i republicana. Hai aquí una juventud que lucha abiertamente por destrozar los vínculos que nos unen a lo pasado; una juventud que desea matar con muerte violenta lo que parece destinado a sucumbir con agonía importunamente larga; una juventud, en fin, que se impacienta por suprimir obstáculos i abrirse camino para enarbolar la bandera roja en los desmantelados torreones de la literatura nacional.
Los propósitos no pueden ser más osados: se ha emprendido la ruta; mas partir no significa llegar. Al punto que hemos arribado, conviene orientarse, ver qué valen nuestras fuerzas, quién debe guiarnos i contra qué resistencias vamos a luchar.
¿Qué valen nuestras fuerzas?
Ni nosotros podemos medirlas con exactitud. Cada día contamos con nuevas adhesiones, nuestro número crece hora por hora. Ayer fuimos un grupo, hoi somos una lejión, mañana seremos muchas falanjes. Parece que a la voz de aliento lanzada por el Círculo Literario de Lima, toda la juventud ilustrada del Perú despierta i se contajia con la fiebre saludable de marchar adelante.
Como no reina aquí el provincialismo ni la mezquina preocupación de nacionalidad, muchos jóvenes de nuestras provincias i del estranjero colaboran con nosotros. Los hombres de nacionalidad distinta i de sentimientos i aspiraciones iguales son como bosques de árboles jigantescos: tienen separados los troncos, pero confunden sus raíces i entrelazan sus copas: se juntan por lo más profundo i lo más elevado.
Estamos en el período de formación: apenas si movemos la pluma o desplegamos los labios. Lo que hemos hecho vale poco, nada, en comparación de lo que podemos i debemos hacer.
Lejos la jactancia ridícula de saberlo todo i la vanidad pueril de creernos privilejiados talentos; nuestro poder estriba en la unión: todos los rayos del Sol, difundidos en la superficie de la Tierra, no bastan a inflamar un solo grano de pólvora, mientras unos cuantos haces de luz solar, reunidos en un espejo ustorio, prenden la mina que hace volar al monte de granito.
Cuando llegue la hora oportuna, cuando resuene el clarín i nuestras guerrillas se desplieguen por las más humildes provincias de la república, el Perú contemplará una cruzada contra el espíritu decrépito de lo pasado, una guerra contra todo lo que implique retroceso en la Ciencia, en el Arte i en la Literatura.
¿Quién debe guiarnos?
Ningún escritor nacional ni español.
Aquí nadie tiene que arrogarse el título de maestro, porque todos somos discípulos o aficionados. Contamos bonitas composiciones en verso, pero no podemos citar un gran poeta; poseemos bonitos i hasta buenos artículos en prosa, pero carecemos de un gran prosador. ¿Dónde la obra, en prosa o verso, que se imponga por cualidades superiores? Cítese la novela, el drama, el poema... Nacidos ayer a la vida independiente, nuestras producciones intelectuales se parecen a la grama salobre de las playas recién abandonadas por el mar.
Cultivamos una literatura de transición, vacilaciones, tanteos y luces crepusculares. De la poesía van desapareciendo las descoloridas imitaciones de Bécquer1; pero en la prosa reina siempre la mala tradición2, ese monstruo enjendrado por las falsificaciones agridulcetes de la historia i la caricatura microscópica de la novela.
El Perú no cuenta hoi con un literato que por el caudal i atrevimiento de sus ideas se levante a l’altura de los escritores europeos, ni que en el estilo se liberte de la imitación seudo purista o del romanticismo trasnochado. Hai gala de arcaísmos, lujo de refranes i hasta choque de palabras grandilocuentes; pero ¿dónde brotan las ideas? Se oye ruido de muchas alas; mas no se mira volar el águila.
En nuestra sangre fermentan los vicios i virtudes de nuestros abuelos: nada nuevo aprenderemos de la España monarquista ultramontana. Hai en l’antigua Metrópoli una juventud republicana i librepensadora que trabaja por difundir jérmenes de vida en el Mar muerto de la Monarquía española; pero no conocemos los escritos i apenas sabemos los nombres de esa juventud; ella no se acuerda de nosotros, nos desdeña i nos olvida. La España que viene hacia el Perú, la que nos llama i quiere deslumbrarnos con títulos académicos, es la de Nocedal3 en relijión, de Cánovas4 en política i de los Guerra i Orbe5 en literatura.
Regresar a España para introducir nuevamente su sangre en nuestras venas i sus semillas en nuestra literatura equivale a retrogradar. El enfermo que deseara trasfundir en sus venas otra sangre, elejirá la de un amigo fuerte i joven, no la de un abuelo decrépito i estenuado. La renovación de las simientes debe considerarse también como precepto literario: siempre la misma semilla en el mismo terreno hace dejenerar la especie.
Saint-Beuve aconseja bien: “En la misma lengua no escoje uno sus maestros sin acercárseles demasiado ni ser absorbido por ellos; sucede como en los matrimonios de familia, que nada vigoroso producen. Para sus relijiones i sus alianzas hai que alejarse más”.
Los taladores de selvas primitivas, los arrojadores de semillas nuevas no pertenecen a España: Hegel i Schopenhauer nacieron en Alemania6 , Darwin i Spencer en Inglaterra, Fourier i Auguste Comte en Francia. Entonces ¿por qué beber en el riachuelo cuando se puede acudir a la misma fuente? El agua del riachuelo—Madrid viene de la fuente—: París. Hoi, con algunas escepciones, no existe literatura española, sino literatura francesa en castellano.
A los representantes oficiales de la literatura española se les debe aplicar las palabras de Biot a las congregaciones docentes: “Se parecen a las antiguas estatuas que servían para guiar a los viajeros, i hoi mismo, desde hace miles de años, continúan señalando con el dedo inmóvil caminos que ya no existen”. Nuestra guía debe estar, pues, en el estudio de los grandes escritores estranjeros, en la imitación de ninguno. Estudiar ordenadamente es asimilar el jugo segregado por otros; imitar servilmente, significa petrificarse en un molde.
¿Contra qué resistencias vamos a luchar?
En las naciones europeas existen: una nobleza rica, influyente i de tradiciones arraigadas; un clero respetable, tanto por el saber como por l’austeridad de conducta; una burguesía mercantil que pretende convertir en blasones los billetes de banco; i unos campesinos fanáticos por ignorancia i monarquistas por costumbre. Esa nobleza i ese clero, esa burguesía i esos campesinos, oponen tenaces resistencias al espíritu democrático i racionalista.
Nada igual ocurre en el Perú.
Aquí no existe nobleza; i a la idea de linaje puro, sonríe maliciosamente el que sabe cómo vivieron las familias nobles del Perú en tiempo del Coloniaje, señaladamente en el siglo XVII.
Aquí, el clero carece de saber, intelijencia o virtud, i no forma un cuerpo unido ni homogéneo: cura, fraile i clérigo se repelen, viven divorciados por antagonismo hereditario.
Aquí no conocemos la burguesía europea; hai, sí, una especie de clase media, intelijente, de buen sentido, trabajadora, católica, pero indiferente a luchas relijiosas, amante de su país, pero hastiada con la política de que sólo recibe perjuicios, desengaños i deshonra.
Aquí, el pueblo de la sierra, cuerpo inerte, obedece al primer empuje; el de la costa, cuerpo flotante, cede a todos los vientos i a todas las olas. Hoi el pueblo, que no debe llamarse cristiano sino fetichista, oye i sigue al sacerdote; pero el día que impere en las leyes la completa libertad, escuchará i seguirá también al filósofo.
No existen, pues, en nuestro país elementos para constituir un partido reaccionario capaz de oponer resistencias insuperables.
Partido sin jefe no se llama partido. ¿Quién se apellida aquí Francia, García Moreno, siquiera Núñez? Los mal nombrados partidos del Perú son fragmentos orgánicos que se ajitan i claman por un cerebro, pedazos de serpiente que palpitan, saltan i quieren unirse con una cabeza que no existe. Hai cráneos, pero no cerebros. Ninguno de nuestros hombres públicos asoma con la actitud vertical que se necesita para seducir i mandar; todos se alejan encorvados, llevando en sus espaldas una montaña de ignominias.
Esceptuando la Independencia i el 2 de Mayo, en el Perú no se vertió una sola gota de sangre por una idea ni se hizo revolución alguna por un principio; las causas fueron partidos; los partidos, luchas subterráneas de ambiciones personales. Las novísimas agrupaciones de conservadores o clericales confirman hoi la regla; se presentan como cuerpos amorfos, sedimentarios, formados por el detritus de nuestros malos partidos. Todos los pecadores en política, todos los hijos pródigos de la democracia, todos los hombres que sienten ya en su carne el olor a polvo de tumbas, acuden a buscar perdón i olvido en quien olvida i perdona, se refujian en esas casas de misericordia llamadas partidos retrógrados.
No puede negarse la influencia del clero secular en Lima, Cajamarca i Arequipa. Si algunos hombres respiran el aire sano del siglo XIX, casi todas las mujeres se asfixian en l’atmósfera de la edad media. La mujer, la parte sensible de la Humanidad, no pertenece a la parte pensadora: está en nuestros brazos, pero no en nuestro cerebro; siente, pero no piensa con nosotros, porque vive en místico desposorio con el sacerdote católico, porque ha celebrado bodas negras con los hombres del error, de la oscuridad i de la muerte.
Para salvar a la mujer i con la mujer al niño, nos veremos frente a frente del clero secular, disperso en reducidas agrupaciones, abroquelado con la Lei de Imprenta i armado con la Teolojía.
Dejemos a la prensa relijiosa calumniar i mentir: el sembrador de ideas no combate con fulminadores de improperios ni con amasadores de lodo. El gañán que abre surcos donde ha de jerminar trigo, no se detiene a pisotear gusanos removidos i secados al Sol con la punta del arado.
No temamos la Teolojía con sus fantasmagorías estramundanas. Cuando Europa invadió Asia, los hijos del Oriente quisieron detener a los hijos del Norte con jigantescos ídolos de madera, cartón i trapo: cuando los hombres de hoi invadimos el país de las tinieblas, surjen los hombres de ayer creyendo amedrantarnos con fantasmas i simulacros de la superstición.
El filósofo no retrocede, sigue adelante, penetra en el templo i rasga el velo, porque sabe que en el santuario no hai más que un sacerdote con todas las flaquezas de la humanidad, i un ídolo sin labios para responder a las amenazas de nuestros labios, ni brazos para detener los formidables golpes de nuestros brazos.
Sea cual fuere el programa del Círculo Literario hai tres cosas que no podemos olvidar: la honradez en el escritor, la verdad en el estilo i la verdad en las ideas. Señores, recordémoslo siempre: sólo con la honradez en el escritor, sólo con la verdad en los escritos, haremos del Círculo Literario una institución útil, respetable, invencible.
En vano los hombres del poder desdeñan al escritor público i disimulan con la sonrisa del desdén los calofríos del miedo a la verdad: si hai algo más fuerte que el hierro, más duradero que el granito i más destructor que el fuego, es la palabra de un hombre honrado.
Desgraciadamente, nada se prostituyó más en el Perú que la palabra: ella debía unir i dividió, debía civilizar i embruteció, debía censurar i aduló. En nuestro desquiciamiento jeneral, la pluma tiene la misma culpa que la espada.
El diario carece de prestijio, no representa la fuerza intelijente de la razón, sino la embestida ciega de las malas pasiones. Desd’el editorial ampuloso i kilométrico hasta la crónica insustancial i chocarrera, se oye la diatriba sórdida, la envidia solapada i algo como crujido de carne viva, despedazada por dientes de hiena. Esas frases gastadas i pensamientos triviales que se vacian en las enormes i amenazadoras columnas del periódico, recuerdan el bullicioso río de fango i piedras que se precipita a rellenar las hondonadas i resquebrajaduras de un valle.
Si desde la guerra con Chile el nivel moral del país continúa descendiendo, nadie contribuyó más al descenso que el literato con sus adulaciones i mentiras, que el periodista con su improbidad i mala fe. Ambos, que debieron convertirse en acusadores i justicieros de los grandes criminales políticos, se hicieron encubridores i cómplices. El publicista rodeó con atmósfera de simpatías a detentadores de l’hacienda nacional, i el poeta prodigó versos a caudillos salpicados con sangre de las guerras civiles. Las sediciones de pretorianos, las dictaduras de Bajo Imperio, las persecuciones i destierros, los asesinatos en las cuadras de los cuarteles, los saqueos al tesoro público, todo fué posible, porque tiranos ladrones contaron con el silencio o el aplauso de una prensa cobarde, venal o cortesana.
Como en el Ahasverus d’Edgar Quinet pasan a ojos del poeta las mujeres resucitadas, llevando en el corazón la herida del amor incurable, así mañana, ante las miradas de la posteridad, desfilarán nuestros escritores, queriendo ocultar en el pecho la lepra de la venalidad.
Es, señores,que hai la literatura de los hombres eternamente postrados, como las esfinjes de piedra en el Ejipto esclavo,i la literatura de los hombres eternamente de pie, como el Apolo de marmol en la Grecia libre.
Apartándonos d’escuelas i sistemas, adquiriremos verdad en estilo i en ideas. Clasicismo i romanticismo, idealismo i realismo, cuestiones de nombres, pura logomaquia. No hay más que obras buenas o malas: obra buena quiere decir verdad en forma clara i concisa; obra mala, mentira en ideas i forma.
Verdad en estilo i lenguaje vale tanto como verdad en el fondo. Hablar hoi con idiotismo i vocablos de otros siglos, significa mentir, falsificar el idioma. Como las palabras espresan ideas, tienen su medio propio en que nacen i viven; injerir en un escrito moderno una frase anticuada, equivale a incrustar en la frente de un vivo el ojo cristalizado de una momia.
En todas las literaturas abundan escritores arcaicos, aplaudidos por las academias i desdeñados por el Público; pero no se conoce en la Historia el movimiento regresivo de todo un pueblo hacia las formas primitivas de su lengua.
El idioma es a las palabras como los períodos jeológicos especies; la especie una vez desaparecida no reaparece jamás. Pudo Cuvier reconstituir la osamenta de animales fósiles; pero no imajinó restablecer las funciones fisiológicas, devolver el músculo vivo al esqueleto muerto. Así, el escritor anticuado compone obras que tienen la rijidez del alambre i la frialdad del mármol, pero no la morbidez de la carne ni el calor de la sangre.
El estilo, para coronar su verdad, debe adaptarse a nuestro carácter i a nuestra época. Hombres de imajinación ardiente i voluntad inclinada a ceder, necesitamos un estilo que seduzca con imágenes brillantes i se imponga con arranques imperativos. Aquí nos deleitamos con estilo salpicado de figuras i nos arrebatamos con frases duras i frías como la hoja de una espada.
La palabra que se dirija hoi a nuestro pueblo debe despertar a todos, poner en pie a todos, ajitar a todos, como campana de incendio en avanzadas horas de la noche. Después de San Juan i Miraflores, en el cobarde abatimiento que nos envilece i nos abruma, nadie tiene derecho de repetir miserias i puerilidades, todos vivimos en la obligación de pronunciar frases que levanten los pensamientos i fortalezcan los corazones.
Algo muere, pero también algo nace: muere la mentira con las lucubraciones metafísicas i teolójicas, nace la verdad con la Ciencia positiva. Una vieja Atlántida se hunde poco a poco bajo las aguas del Océano; pero un nuevo i hermoso continente surje de] mar, ostentando su flora sin espinos i su fauna sin tigres.
Empiece ya en nuestra literatura el reinado de la Ciencia. Los hombres no quieren deleitarse hoi con música de estrofas insulsas i bien pulidas ni con períodos altisonantes i vacíos todos, desde el niño hasta el viejo, tenemos sed de verdades. Sí, verdades aunque sean pedestres: a vestirse con alas de cera para elevarse unos cuantos metros i caer, es preferible tener pies musculosos i triple calzado de bronce para marchar en triunfo sobre espinas i rocas de la Tierra.
Cortesanos, políticos i diplomáticos no piensan así: llaman prudencia al miedo, a la confabulación de callarse, a la mentira sin palabras. Cierto, el camino de la sinceridad no está circundado de rosas: cada verdad salida de nuestros labios concita un odio implacable, cada paso en línea recta significa un amigo menos. La verdad aísla; no importa: nada más solitario que las cumbres, ni más luminoso que los rayos del sol.
Rompamos el pacto infame i tácito de hablar a media voz. Dejemos la encrucijada por el camino real, i l’ambigüedad por la palabra precisa. Al atacar el error i acometer contra sus secuaces, no propinemos cintarazos con espada metida en la funda: arrojemos estocadas a fondo, con hoja libre, limpia, centelleando al Sol.
Venga, pues, la verdad en su desnudez hermosa i casta, sin el velo de la sátira ni la vestidura del apólogo: el niño delicado i la mujer meticulosa endulzan las orillas del vaso que guarda el medicamento heroico, pero acibarado; el hombre apura de un solo trago la más amarga pócima, siempre que encierre vida y salud.
En fin, señores, seamos verdaderos, aunque la verdad cause nuestra desgracia: con tal que l’antorcha ilumine ¡poco importa si quema la mano que la enciende i l’ajita!
Seamos verdaderos, aunque la verdad desquicie una nación entera: ¡poco importan las lágrimas, los dolores i los sacrificios de una sola jeneración, si esas lágrimas, si esos dolores, si esos sacrificios redundan en provecho de cien jeneraciones!
Seamos verdaderos, aunque la verdad convierta al Globo en escombros i ceniza: ¡poco importa la ruina de la Tierra, si por sus soledades silenciosas i muertas sigue retumbando eternamente el eco de la verdad!
1888
Para regresar a:
El índice de Pájinas libres.
El porvenir nos debe una victoria, Ensayos y poesía de González Prada.
Para comunicarse con el Webmaster.
1Gustavo Adolfo Bécquer (1836–1870), poeta de Sevilla, España, que dio un toque personalísimo al romanticismo. Escribió poesías y leyendas [TW].
2La tradición peruana es un género cultivado por Ricardo Palma (desarrollado con el escritor venezolano Camacho) que combina la historia con la imaginación, muchas veces comentando un refrán desde la perspectiva de la sátira. Sin mencionarlo por nombre, González Prada aludía a Ricardo Palma, sujeto que al reconocerse aludido, se sintió ofendido. Como la tradición se inspiraba en el pasado (la colonia), González Prada la denunciaba como un estorbo a la modernidad [TW].
3No sabemos si González Prada se refiere al padre o al hijo. El primero, Cándido Nocedal (1821–1885) fue político carlista mientras que el hijo Ramón (1848–1907) también se ejerció como político. Los dos fueron escritores [TW].
4Antonio Cánovas del Castillo, fue político español muy activo en el Consejo de ministros. También fue autor de por lo menos una novela histórica. Fue asesinado por el anarquista Angioillo [TW].
5Acaso González Prada se refiere a Luis Fernández–Guerra y Orbe (1818–1890), escritor prolífico español [TW].
6Jorge Guillermo Federico Hegel (1770–1831) y Schopenhauer (1788–1860) son quizá los dos filósofos más importantes del siglo XIX. Hegel veía la unidad entre la naturaleza y el espíritu. A él debemos la estructura dialéctica de tesis, antítesis, síntesis sobre la cual Marx iba a basar su teoría social. Si Hegel se asocia con el fenomenología, Schopenhauer es conocido como el filósofo pesimista por antonomasia [TW].