Manuel González Prada, Pájinas libres, "La muerte i la vida"

     

LA MUERTE I LA VIDA 1


I

     Pobres o ricos, ignorantes o sabios, nacidos en chozas o palacios, al fin tenemos por abrigo la mortaja, por lecho la tierra, por Sol la oscuridad, por únicos amigos los gusanos i la podre. La tumba, ¡digno desenlace del drama2!

     ¿Hai gran dolor en morir, o precede a la última crisis un insensible estado comatoso? La muerte unas veces nos deja morir i otras nos asesina. Algunos presentan indicios de consumirse con suave lentitud, como esencia que s'escurre del frasco por imperceptible rajadura; pero otros sucumben desesperadamente, como si les arrancaran la vida, pedazo a pedazo, con tenazas de fuego. En la vejez se capitula, en la juventud se combate. Quién sabe la muerte sea: primero, un gran dolor o un pesado amodorramiento; después, un sueño invencible; en seguida, un frío polar; i por último, algo que s'evapora en el cerebro i algo que se marmoliza en el resto del organismo.

      No pasa de ilusión poética o recurso teolójico, el encarecer la belleza i majestad del cadáver. ¿Quién concibe a Romeo encontrando a Julieta más hermosa de muerta que de viva3? Un cadáver infunde alejamiento, repugnancia4; estatua sin la pureza del mármol, con todos los horrores i miserias de la carne. Los muertos sólo se muestran grandes en el campo de batalla, donde se ve ojos que amenazan con imponente virilidad, manos en actitud de cojer una espada, labios que parecen concluir una interrumpida voz de mando.

      El cadáver en descomposición, eso que según Bossuet no tiene nombre en idioma alguno, resume para el vulgo lo más tremendo i espantoso de la muerte. Parece que la póstuma conservación de la forma implicara la supervivencia del dolor. Los hombres se imajinan, no sólo muertos, sino muriendo a pausas, durante largo tiempo. Cuando la tumba se cambie por el horno crematorio, cuando la carne infecta se transforme en llamas azuladas, i al esqueleto aprisionado en el ataúd suceda el puñado de polvo en la urna cineraria, el fanatismo habrá perdido una de sus más eficaces armas.

      ¿Existe algo más allá del sepulcro? ¿Conservamos nuestra personalidad o somos absorbidos por el Todo, como una gota por Océano5? ¿Renacemos en la Tierra o vamos a los astros para seguir una serie planetaria i estelaria de nuevas i variadas existencias? Nada sabemos: céntuple muralla de granito separa la vida de la muerte, i hace siglos de siglos que los hombres queremos perforar el muro con la punta de un alfiler. Decir “esto cabe en lo posible, esto no cabe”, llega al colmo de la presunción o locura. Filosofía i Religión declaman i anatematizan; pero declamaciones i anatemas nada prueban. ¿Dónde los hechos?

      Entonces ¿qué esperanza debemos alimentar al hundirnos en ese abismo que hacía temblar a Turenne i horripilarse a Pascal? Ninguna, para no resultar engañados, o gozar con la sorpresa si hai algo. La Naturaleza, que sabe crear flores para ser comidas por gusanos i planetas para ser destruidos en una esplosión, puede crear Humanidades para ser anonadadas por la muerte. ¿A quién acojernos? A nadie. Desmenuzadas todas las creencias tradicionales, subsisten dos magnas cuestiones que todavía no han obtenido una prueba científica ni refutación lójica: la inmortalidad del alma i la existencia de un “Dios distinto i personal, de un Dios ausente del Universo”, como decía Hegel. Hasta hoi ¿a qué se reducen Dios i el alma? A dos entidades hipotéticas, imajinadas para esplicar el orijen de las cosas i las funciones del cerebro.

      Si escapamos al naufrajio de la tumba, nada nos autoriza para inferir que arribaremos a playas más hospitalarias que la Tierra. Quizá no tengamos derecho de jactarnos con el estoico de "poseer en la muerte un bien que el mundo entero no puede arrebatarnos" porque no sabemos si la puerta del sepulcro conduce al salón de un festín o a la caverna de unos bandoleros. Morir es un mal, decía Safo, porque de otro modo, los dioses habrían muerto. Acaso tuvo razón Aquiles cuando entre las sombras del Erebo respondió a Ulises con estas melancólicas palabras: “No intentes consolarme de la muerte; preferiría cultivar la tierra al servicio de un hombre pobre i sin recursos, a reinar entre todas las sombras de los que ya no existen”6.

     En el miedo a la muerte ¿hai un simple ardid de la Naturaleza para encadenarnos a la vida o un presentimiento de venideros infortunios? Al acercarse la hora suprema, todas las células del organismo parece que sintieran el horror de morir i temblaran como soldados al entrar en batalla.

     En la Tierra no se realizan esclarecimientos de derechos, sino concursos de fuerzas; en la historia de la Humanidad no se ve apoteosis de justos, sino eliminaciones del débil; pero nosotros aplazamos el desenlace del drama terrestre para darle un fin moral: hacemos una berquinada7. Aplicando a la Naturaleza el sistema de compensaciones, estendiendo a todo lo creado nuestra concepción puramente humana de la justicia, imajinamos que si la Naturaleza nos prodiga hoy males, nos reserva para mañana bienes: abrimos con ella una cuenta corriente, pensamos tener un debe i un haber. Toda doctrina de penas i recompensas se funda en l'aplicación de la Teneduría de Libros a la Moral. La Naturaleza no aparece injusta ni justa, sino creadora. No da señales de conocer la sensibilidad humana, el odio ni el amor: infinito vaso de concepción, divinidad en interminable alumbramiento, madre toda seno i nada corazón, crea i crea para destruir i volver a crear i volver a destruir. En un soplo desbarata la obra de mil i mil años: no ahorra siglos ni vidas, porque cuenta dos cosas inagotables, el tiempo i la fecundidad. Con tanta indiferencia mira el nacimiento de un microbio como la desaparición de un astro, i rellenaría un abismo con el cadáver de la Humanidad para que sirviera de puente a una hormiga8.

     La Naturaleza, indiferente para los hombres en la Tierra ¿se volverá justa o clemente porque bajemos al sepulcro i revistamos otra forma? Vale tanto como figurarnos que un monarca dejará de ser sordo al clamor de la desgracia porque sus súbditos varíen de habitación o cambien de harapos. Vayamos donde vayamos, no saldremos del Universo, no escaparemos a leyes inviolables i eternas.

     Amilana i aterra considerar a qué parajes, a qué trasformaciones, puede conducimos el torbellino de la vida. Nacer parece entrar en una danza macabra para nunca salir, caer en un vertijinoso torbellino para jirar eternamente sin saber cómo ni por qué.

     ¿Hay algo más desolado que nuestra suerte?, ¿más lúgubre que nuestra esclavitud? Nacemos sin que nos hayan consultado, morimos cuando no lo queremos, vamos tal vez donde no desearíamos ir. Años de años peregrinamos en un desierto9, i el día que fijamos tienda i abrimos una cisterna i sembramos una palma i nos apercibimos a descansar, asoma la muerte. ¿Queremos vivir?, pues la muerte. ¿Queremos morir?, pues la vida. ¿Qué distancia media entre la piedra atraída al centro del Globo i el hombre arrastrado por una fuerza invencible hacia un paraje desconocido?

     ¿Por qué no somos dueños ni de nosotros mismos? Cuando la cabeza gravita sobre nuestros hombros con el peso de una montaña, cuando el corazón se retuerce en nuestro pecho como tigre vencido pero no domesticado, cuando el último átomo de nuestro ser esperimenta el odio i la náusea de la existencia, cuando nos mordemos la lengua para detener la esplosión de una estúpida blasfemia, ¿por qué no tenemos poder de anonadarnos con un acto de la voluntad?

     ¿Acaso todos los hombres desean la inmortalidad? Para muchos, la Nada se presenta como inmersión deliciosa en mar sin fondo, como desvanecimiento voluptuoso en atmósfera infinita, como sueño sin pesadillas en noche sin término10. Mirabeau, moribundo, se regocijaba con la idea de anonadarse. ¿Acaso siempre resolvemos de igual modo el problema de la inmortalidad? Unas veces, hastiados de sentir i fatigados de pensar, nos desconsolamos con la perspectiva de una actividad eterna i envidiamos el ocio estéril de la nada; otras veces esperimentamos insaciable sed de sabiduría, curiosidad inmensa, i anhelamos existir como esencia impalpable i ascendente, para viajar de mundo en mundo, viéndolo todo, escudriñándolo todo, sabiéndolo todo; otras veces deseamos yacer en una especie de nirvana, i de cuando en cuando recuperar la conciencia por un solo instante, para gozar la dicha de haber muerto.

     Pero ¿a qué amilanarse? Venga lo que viniere. El miedo, como las solfataras de Nápoles, puede asfixiar a los animales que llevan la frente ras con ras del suelo, no a los seres que levantan la cabeza unos palmos de la tierra. Cuando la muerte se aproxima, salgamos a su encuentro, i muramos de pie como el Emperador romano. Fijemos los ojos en el misterio, aunque veamos espectros amenazantes i furiosos; estendamos las manos hacia lo Desconocido, aunque sintamos la punta de mil puñales. Como dice Guyau, “que nuestro último dolor sea nuestra última curiosidad”.

     Hai modos i modos de morir: unos salen de la vida, como espantadizo reptil que se guarece en las rajaduras de una peña; otros se van a lo tenebroso, como águila que atraviesa un nubarrón cargado de tormentas. Hablando aquí sin preocupaciones gazmoñas, es indigno de un hombre morir demandando el último puesto en el banquete de la Eternidad, como el mendigo pide una migaja de pan a las puertas del señor feudal que siempre le vapuleó sin misericordia. Vale más aceptar la responsabilidad de sus acciones i lanzarse a lo Desconocido, como sin papeles ni bandera el pirata se arroja a las inmensidades del mar.

II

     Nosotros nos figuramos al Todo como una repetición inacabable del espectáculo que ven nuestros ojos o fantasea nuestra imajinación; pero ¿qué importa el diminuto radio de nuestras observaciones? ¿Qué valor objetivo poseen nuestras concepciones cerebrales? Probamos la unidad de las fuerzas físicas i la unidad material del Universo; i ¡quién sabe si nos encontramos en el caso del espectador iluso que toma por escenario i actores las simples figuras del telón!

     Estendemos brazos de pigmeo para cojer i abarcar lo que dista de nosotros una eternidad de tiempo i una inmensidad de espacio. Nos enorgullecemos con haber encontrado la verdad; cuando, en lo más dulce de las ilusiones, la observación i el esperimento derriban todos nuestros sistemas i todas nuestras relijiones, como el mar desbarata en sus playas los montículos de arena levantados por un niño. Todas las jeneraciones se afanan por descubrir el secreto de la vida, todas repiten la misma interrogación; pero la Naturaleza responde a cada hombre con diversas palabras i guarda eternamente su misterio.

     ¿Qué separa la cristalización mineral, la célula de las plantas i la membrana de los animales? ¿Qué diferencia media entre savia i sangre? El hombre ¿representa el último eslabón de los seres terrestres o algún día quedará desposeído de su actual supremacía? Cuando nacemos ¿surgimos de la nada o sólo realizamos una metempsícosis11? ¿A qué venimos a la Tierra? Todo lo creeríamos un sueno, si el dolor no probara la realidad de las cosas.

     La duda, como noche polar, lo envuelve todo; lo evidente, lo innegable, es que en el drama de la existencia todos los individuos representamos el doble papel de verdugos i víctimas. Vivir significa matar a otros; crecer, asimilarse el cadáver de muchos. Somos un cementerio ambulante donde miríadas de seres se entierran para darnos vida con su muerte. El hombre, con su vientre insaciable, hace del Universo un festín de cien manjares; mas no creamos en la resignación inerme de todo lo creado: el mineral i la planta esconden sus venenos, el animal posee sus garras i sus dientes12. El microbio carcome i destruye el organismo del hombre: lo más humilde abate a lo más soberbio. El omnívoro comedor es comido a su vez.

     ¿Para qué tanta hambre de vivir? Si la vida fuera un bien, bastaría la seguridad de perderla para convertirla en mal. Si cada segundo marca la agonía de un hombre ¿cuántas lágrimas se derraman en un solo día? ¿Cuántas se han derramado desde que la Humanidad existe? Los nacidos superan a los muertos; pero ¿gozamos al venir al mundo? Esa masa de carne que llamamos un recién nacido, ese frájil ente que dormita con ojos abiertos, como si no hubiera concluido de sacudir la somnolencia de la nada, sabe quejarse, mas no reírse. El alumbramiento ¿no causa el dolor de los dolores? En el lecho de la mujer que alumbra se realiza un duelo entre el ser estúpido i egoísta que pugna por nacer i la persona inteligente i abnegada que batalla por dar a otro la vida.

     ¿Por qué hai un Sol hermoso para iluminar escenas tristes? Cuando se ve sonreír a los niños, cuando se piensa que mañana morirán en el dolor o vivirán en amarguras más acerbas que la muerte, un inefable sentimiento de conmiseración se apodera de los corazones más endurecidos. Si un tirano quería que el pueblo de Roma poseyera una sola cabeza, para cercenársela de un tajo; si un humorista inglés deseaba que las caras de todos los hombres se redujeran a una sola, para darse el gusto de escupirla ¿quién no anhelaría que la Humanidad tuviera un solo rostro, para poderla enjugar todas sus lágrimas?

      Hay horas de solidarismo jeneroso en que no sólo amamos a la Humanidad entera, sino a brutos i aves, plantas i lagos, nubes i piedras; hasta querríamos poseer brazos inmensos para estrechar a todos los seres que habitan los globos del Firmamento. En esas horas admiramos la magnanimidad de los eleusinos que en sus leyes prescribían no matar animales, i concebimos la esquisita sensibilidad de los antiguos arianos que en sus oraciones a Indra le imploraban que hiciera descender bendición i felicidad sobre los entes animados i las cosas inanimadas. La verdadera caridad no se circunscribe al hombre: como ala jigantesca, s'estiende para cobijar todo el Universo.

     ¿Por qué negar la perversidad humana? Hai hombres que matan con su sombra, como el manzanillo de Cuba o el duho–upas de Java. La Humanidad, como el océano, debe ser vista de lejos; como el tigre merece un bocado, no una caricia. El mérito enjendra envidias, el beneficio produce ingratitudes, el bien acarrea males. Nuestros amigos parecen terrenos malditos donde sembramos trigo i cosechamos malas yerbas; las mujeres que amamos con todo el calor de nuestras entrañas, son impuras como el lodo de los caminos o ingratas como las víboras calentadas en el seno. Pero ¿qué origina la perversidad? Un infeliz ¿puede ser bueno i sufrido? Toda carne desgarrada se rebela contra Cielo i Tierra. Si el hombre sufre una crucifixión ¿s'eximen de padecer el animal, la planta i la roca? ¿Qué realidad encierran nuestras casuísticas diferencias de materia inanimada i animada, de seres inorgánicos i orgánicos? ¿Quién sabe lo que pasa en las moléculas de una piedra? Tal vez una sola gota de agua encierra más trajedias i más dolores que toda la historia de la Humanidad. El gran paquidermo i el arador, el cedro del Líbano i el liquen de Islandia, el bloque de la cordillera i la'renilla del mar, todos “son nuestros compañeros en la vida”, nuestros hermanos en el infortunio. Filósofos antiguos creían a los astros unos animales jigantescos. La celeste armonía que Pitágoras escuchaba ¿no será el jemido exhalado por las humanidades que habitan en las moles del Firmamento? Dondequiera que nos trasportemos con la imajinación, donde concibamos la más rudimentaria o la más compleja manifestación del ser, allí están l'amargura i la muerte. Quien dijo existencia dijo dolor; i la obra más digna de un Dios consistiría en reducir el Universo a la nada.

      En este martirolojio infinito no hai ironía más sangrienta que la imperturbable serenidad de las leyes naturales no hai desconsuelo más profundo que lo intanjible, lo impersonal, de las fuerzas opresoras: nos trituran inconscientes piedras de molino, nos estrangulan manos que sentimos i nos podemos asir, nos despedazan monstruos de cien bocas invisibles. Mas el Universo ¿es actor, cómplice, verdugo, víctima o sólo instrumento i escenario del mal? ¡Quién lo sabe! Sin embargo, se diría muchas veces que en medio del horror universal i eterno alguien goza i se pasea, como Nerón se paseaba entre el clamor de hombres, lentamente devorados por el fuego i convertidos en luminarias.

     Mas ¿qué determinación seguir en la guerra de todos contra uno i de uno contra todos? Si con la muerte no queda más refujio que el sometimiento mudo, porque toda rebelión es inútil i ridícula, con la vida nos toca l'acción i la lucha. L'acción aturde, embriaga i cura el mal de vivir; la lucha centuplica las fuerzas, enorgullece i da el dominio de la Tierra. No vejetemos ocupados únicamente en abrir nuestra fosa ni nos petrifiquemos en la inacción hasta el punto que aniden pájaros en nuestra cabeza.

     Poco, nada vale un hombre; pero ¿sabemos el destino de la Humanidad? ¿Sabemos si está cerrado el ciclo de nuestra evolución? ¿Sabemos si nuestra especie dará orijen a una especie superior? ¿No concebimos que el ser de mañana supere al hombre de hoi como Platón al gorila, como Friné a la Venus hotentota? Viendo de qué lugar salimos i dónde nos encontramos, comparando lo que fuimos i lo que somos, puede calcularse adónde llegaremos i lo que seremos mañana13. Habitábamos la caverna o el bosque, i ya vivimos en el palacio; rastreábamos en las tinieblas de la bestialidad, i ya sentimos la sacudida vigorosa de alas interiores que nos impelen a rejiones de serenidad i luz. El animal batallador i antropólogo produce hoi abnegados tipos que defienden al débil, se declaran paladines de la justicia i se inoculan enfermedades para encontrar el medio de combatirlas; el salvaje, feliz antes con dormir, comer i procrear, escribe la Iliada, erije el Partenón i mide el curso de los astros.

      Ninguna luz sobrehumana nos alumbró en nuestra noche ninguna voz amiga nos animó en nuestros desfallecimientos, ningún brazo invisible combatió por nosotros en la guerra secular con los elementos i las fieras: lo que fuimos, lo que somos, nos lo debemos a nosotros mismos14. Lo que podamos ser nos lo deberemos también. Para marchar, no necesitamos ver arriba, sino adelante. Sobradas horas poblamos el Firmamento con los fantasmas de nuestra imajinación i dimos cuerpo a las alucinaciones forjadas por el miedo i la esperanza; llega el tiempo de arrojar la venda de nuestros ojos i ver el Universo en toda su hermosa pero también en toda su implacable realidad.

      No pedimos la existencia; pero con el hecho de vivir, aceptamos la vida. Aceptémosla, pues, sin monopolizarla ni quererla eternizar en nuestro beneficio esclusivo; nosotros reímos i nos amamos sobre la tumba de nuestros padres; nuestros hijos reirán i se amarán sobre la nuestra.

1890


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Notas

    1Este ensayo se escribió después de la muerte de sus dos primeros hijos. Precisamente a causa de aquello (y otras razones) los esposos González Prada se fueron a Francia donde nació el tercer hijo, Alfredo [TW].

    2González Prada con estas líneas “pobres y ricos” coloca su ensayo en la tradición medieval de la Danza de la Muerte. En esta trayectoria literaria aparecen poemas anónimos, como un famoso del siglo XV, y las Coplas por la muerte de su padre por Jorge Manrique (1440–1479). La idea, desde luego, es que nadie ni “pobres ni ricos” puede escapar de la muerte la cual hace igual a todos [TW].

    3Obviamente una referencia al drama de William Shakespeare [TW].

    4Aquí González Prada rechaza la necrofilia que iba integrándose a la estética modernista [TW].

    5Cláusulas como ésta y la del segundo párrafo en que el ensayista escribe que “algo que s’evapora en el cerebro” son indicios del panteísmo del autor [TW].

    6En este párrafo (y en otros lugares) el cosmopolitismo de González Prada revela un conocimiento de la mitología clásica [TW].

    7Berquinada: Parece que esta palabra se deriva del francés berquinade que, según el Dictionnaire de L’Académie française, octava edición (1932–1935), significa una obra literaria de carácter sentimental y hasta infantil al modo del escritor Berquin [TW].

    8Para González Prada, la Naturaleza no tiene alma; su concepto aquí es naturalista, es decir, la Naturaleza controla fatalmente el destino de la humanidad [TW]

    9La vida como desierto es imagen común en varios pensadores latinoamericanos del siglo XIX. Aparece en un artículo crítico de Mariano José de Larra sobre la poesía de Juan Bautista Alonso, Obras, 4 vols., ed. Carlos Seco Serrano, Madrid: BAE, 1960, I, 456. Se repite en José Mármol, Amalia, ed. Juan Carlos Ghiano, México: Editorial Porrúa, 1974, p. 246b, refiriéndose a Buenos Aires. Se asoma en la poesía de González Prada, Obras, 7 vols., ed. Luis Alberto Sánchez, Lima: PetroPerú, 1985–1989 y en “Lo que intentó Bolívar” de Eugenio María de Hostos, La lucha por la libertad, ed. Manuel Maldonado–Denis, México: Siglo Veintiuno XXI, 1980, pp. 56–59. Estudio este aspecto del pensamiento de Hostos en mi próximo libro, Teoría literaria: romanticismo, krausismo y modernismo ante la “globalización” industrial [TW].

    10En esta oportunidad González Prada anticipa a los existencialistas como, por ejemplo, L’être et le néant. de Jean–Paul Sartre (París: Gallimard, 1943) [TW].

    11Según el Pequeño Larousse Ilustrado la metempsicosis se refiere a la “transmigración de las almas de un cuerpo a otro” [TW].

    12 En éste y otros lugares, González Prada busca la unidad entre los tres reinos, el mineral, el vegetal y el animal [TW].

    13Estas líneas muestran el evolucionismo de González Prada y su adhesión al método positivista para pronosticar el porvenir [TW].

    14Aquí parece contradecir lo que dijo anteriormente sobre la voluntad de la Naturaleza [TW].

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