Manuel González Prada, Pájinas libres, "Notas acerca del idioma"

     

NOTAS ACERCA DEL IDIOMA1


I

     Lamartine lamentaba que pueblo i escritores no hablaran la misma lengua i decía: “Al escritor le cumple trasformarse e inclinarse, a fin de poner la verdad en manos de las muchedumbres: inclinarse así, no es rebajar el talento, sino humanizarlo”.

     Los sabios poseen su tecnicismo abstruso, i nadie les exije que en libros de pura Ciencia se hagan comprender por el individuo más intonso. La oscuridad relativa de las obras científicas no se puede evitar, i pretender que un ignorante las entienda con sólo abrirlas, vale tanto como intentar que se traduzca un idioma sin haberle aprendido. ¿Cómo esponer en vocabulario del vulgo nomenclaturas químicas? ¿Cómo formular las teorías i sistemas de los sabios modernos? No será escribiendo llegar a ser por devenir, otrismo por altruísmo ni salto atrás por atavismo. Se comprende que no haya labor tan difícil ni tan ingrata como la vulgarización científica: sin el vulgarizador, las conquistas de la ciencia serían el patrimonio de algunos privilegiados. Virjilio se jactaba de haber hecho que las selvas fueran dignas de ser habitadas por cónsules; los vulgarizadores modernos hacen más al conseguir que la verdad se despoje algunas veces de su ropaje aristocrático y penetre llanamente a la mansión del ignorante.

     En la simple literatura no sucede lo mismo. Los lectores de novelas, dramas, poesías, etc., pertenecen a la clase medianamente ilustrada, i piden un lenguaje fácil, natural, comprensible sin necesidad de recurrir constantemente al diccionario. Para el conocimiento perfecto de un idioma se requiere años enteros de contracción asidua, i no todos los hombres se hallan en condiciones de pasar la vida estudiando gramáticas i consultando léxicos. El que se suscribe al diario i compra la novela o el drama, está en el caso de exijir que le hablen comprensible y claramente. La lectura debe proporcionar el goce d’entender, no el suplicio de adivinar.

     Las obras maestras se distinguen por l’accesibilidad, no formando el patrimonio de unos cuantos iniciados, sino la herencia de todos los hombres con sentido común. Homero i Cervantes merecen llamarse injenios democráticos: un niño les entiende. Los talentos que presumen de aristocráticos, los inaccesibles a la muchedumbre, disimulan lo vacío del fondo con lo tenebroso de la forma: tienen profundidad de pozo que no da en agua, elevación de monte que vela entre nubes un pico desmochado.

     Los autores franceses dominan i se imponen, porque hacen gala de claros, i profesan que “lo claro es francés”, que “l’oscuro no es humano ni divino”. I no creamos que la claridad estriba en decirlo todo i esplicarlo todo, cuando suele consistir en callar algo dejando que el público lea entre renglones. Nada tan fatigoso como los autores que esplican hasta las esplicaciones, como si el lector careciera de ojos i cerebro. El eximio dibujante, suprimiendo sombras i líneas, logra con unos cuantos rasgos dar vida i espresión a la fisonomía de un hombre; el buen escritor no dice demasiado ni mui poco i, eliminando lo accesorio i sobrentendido, concede a sus lectores el placer de colaborar con él en la tarea de darse a comprender2.

     Los libros que la Humanidad lee i relee, sin cansarse nunca, no poseen la sutileza del bordado, sino la hermosura de un poliedro regular o el grandioso desorden de una cordillera; porque los buenos autores, como los buenos arquitectos se valen de grandes líneas i desdeñan ornamentaciones minuciosas i pueriles.En el buen estilo, como en los bellos edificios, hai amplia luz i vastas comunicaciones, no intrincados laberintos ni angostos vericuetos.

     Las coqueterías i amaneramientos de lenguaje seducen a imajinaciones frívolas que se alucinan con victorias académicas i aplausos de corrillo; pero “no cuadran con los espíritus serios que se arrojan valerosamente a las luchas morales de su siglo”3. Para ejercer acción eficaz en el ánimo de sus contemporáneos, el escritor debe amalgamar la inmaculada trasparencia del lenguaje i la sustancia medular del pensamiento. Sin naturalidad i claridad, todas las perfecciones se amenguan, desaparecen. Si Heródoto hubiera escrito como Gracian, si Píndaro hubiera cantado como Góngora ¿habrían sido escuchados i aplaudidos en los juegos olímpicos?

     Ahí los grandes agitadores de almas en los siglos XVI i XVIII; ahí Lutero, tan demoledor de Papas como rejenerador del idioma alemán; ahí particularmente Voltaire con su prosa, natural como un movimiento respiratorio, clara como un alcohol rectificado.


II

     Afanarse por que el hombre de hoi hable como el de ayer,vale tanto como trabajar por que el bronce de una cometa vibre como el parche de un tambor. Pureza incólume de la lengua, capricho académico. ¿Cuándo el castellano fué puro? ¿En qué época i por quien se habló ese idioma ideal? ¿Dónde el escritor impecable i modelo? ¿Cuál el tipo acabado de nuestra lengua? ¿Puede un idioma cristalizarse i adoptar una forma definitiva, sin seguir las evoluciones de la sociedad ni adaptarse al medio? Nada recuerda tanto su inestabilidad a los organismos vitales como el idioma, i con razón los alemanes le consideran como un perpetuo devenir. En las lenguas, como en las relijiones, la doctrina de la evolución no admite réplica.

     Un idioma no es creación ficticia o convencional, sino resultando necesario del medio intelectual i moral, del mundo físico i de nuestra constitución orgánica. Traslademos en masa un pueblo del Norte al Mediodía o viceversa, i su pronunciación variará en masa un pueblo del Norte al Mediodía o viceversa, i su pronunciación variará en el acto, porque depende de causas anatómicas i fisiolójicas.

     En las lenguas, como en los seres orgánicos, se verifican movimientos de asimilación i movimientos de segregación; de ahí los neolojismos o células nuevas i los arcaísmos o detritus. Como el hombre adulto guarda la identidad personal, aunque no conserva en su organismo las células de la niñez, así los idiomas renuevan su vocabulario sin perder su forma sintáxica, Gonzalo de Berceo i el Arcipreste de Hita requieren un glosario, lo mismo Juan de Mena, i Cervantes le pedirá mui pronto.

     Los descubrimientos científicos i aplicaciones industriales acarrean la invención de numerosas palabras que empiezan por figurar en las obras técnicas i concluyen por descender al lenguaje común. ¿Qué vocabulario no ha jeneralizado en menos de 40 años la teoría de Darwin? ¿Qué variedad de voces no crearon las aplicaciones del vapor i de la electricidad? Hoi mismo la Velocipedia nos sirve d’ejemplo: diccionarios especiales abundan en Francia, Inglaterra i Estados Unidos para definir los términos velocipédicos; i no se diga que todas esas palabras o frases se reducen al argot de un corrillo; por miles, quizás por millones se cuentan hoi las personas que las entienden i emplean. La velocipedia, posee toda una literatura con sus libros, sus diarios i su público.

     Paralelamente al movimiento descensional se verifica el ascensional. Basta cruzar a la carrera uno de los populosos i activos centros comerciales; señaladamente los puertos, para darse cuenta del inmenso trabajo de fusión i renovación verbales. Oímos, todas las lenguas, todos los dialectos, todas las jergas y jermanías; vemos que las palabras hierven i se ajitan como jérmenes organizados que pugnan por vivir i dominar. Cierto, miles de vocablos pasan sin dejar huella, pero tambien muchos vencen i se imponen en virtud de la selección. La espresión que resonaba en labios de marineros i mozos de cordel, concluye por razonar en boca de sabios i literatos. Los neolojismos Pasan por la conversación al periódico, del periódico al libro i del libro a l’academia.

     I l’ascensión i descensión se verifican, quiérase o no se quiera: “la lengua sigue su curso, indiferente a quejas de gramáticos i lamentaciones de puristas”4.

     El francés, el italiano, el inglés i el alemán acometen i abren cuatro enormes brechas en el viejo castillo de nuestro idioma: el francés, a tambor batiente, penetra ya en el corazón del recinto. Baralt, el severo autor del Diccionario de Galicismos, confesó en sus últimos años lo irresistible de la invasión francesa en el idioma castellano; pero algunos escritores d’España no lo ven o finjen no verlo, i continúan encareciendo la pureza en la lengua, semejantes a la madre candorosa que pregona la virtud de una hija siete veces pecadora.

     La corrupción de las lenguas ¿implica un mal? Si por infiltraciones recíprocas, el castellano, el inglés, el alemán, el francés i el italiano se corrompieran tanto que lo hablado en Madrid fuera entendido en Londres, Berlín, París i Roma ¿no se realizaría un bien? Por cinco arroyos tendríamos un río; en vez de cinco metales, un nuevo metal de Corinto. Habría para la Humanidad inmensa economía de fuerza cerebral, fuerza desperdiciada hoi en aprender tres o cuatro lenguas vivas, es decir, centones de palabras i cúmulos de reglas gramaticales. ¿Qué me importaría no disfrutar el deleite de leer el Quijote en castellano, si poseo la inmensa ventaja d’entenderme con el hombre de París, Roma, Londres i Berlín? Ante la solidaridad humana todas las intransijencias de lenguaje parecen mezquinas i pueriles, tan mezquinas i pueriles como las cuestiones de razas i fronteras. Los provenzales en Francia, los flamencos en Béljica, los catalanes en España, en fin, todos los preconizadores de lenguas rejionales en detrimento de las nacionales, intentan una obra retrógrada: al verbo de gran amplitud, usado por millones de hombres i comprendido por gran parte del mundo intelectual, prefieren el verbo restrinjido, empleado por miles de provincianos i artificialmente cultivado por unos pocos literatos. Escribir Mireïo en provenzal i no en francés, l’Atlántida en catalán i no en español, es algo como dejar el ferrocarril por la dilijencia o la dilijencia por cabalgadura.

     La lengua usada por el mayor número de individuos, la más dócil para sufrir alteraciones, la que se adapta mejor al medio social, cuenta con mayores probabilidades para sobrenadar i servir de base a la futura lengua universal. Hasta hoi parece que el inglés se lleva la preeminencia: no es sólo la lengua literaria de Byron i Schelley o la filosófica de Spencer i Stuart Mill, no la oficial de Inglaterra, Australia i Estados Unidos, sino la comercial del mundo entero. Quien habla español habla con España; quien habla inglés habla con medio mundo. Podría tal vez llamarse al español i al italiano lenguas de lo pasado, al francés lengua de lo presente, al inglés i alemán lenguas del porvenir. Lenguas, más que viejas, avejentadas, todas las neolatinas necesitan espurgarse de la doble jerga legal i teolójica, legada por el Imperio romano i la Iglesia católica.

     El sánscrito, el griego i el latín pasaron a lenguas muertas sin que las civilizaciones indostánicas, griegas i romanas enmudecieran completamente. Se apagó su voz, pero su eco sigue repercutiendo. Sus mejores libros reviven traducidos. Tal vez, con la melodía poética desos idiomas, perdimos la flor de l’Antigüedad; pero conservamos el fruto; i ¿quién nos dice que nuestro ritmo de acento valga menos que el ritmo de cantidad? Cuando algunos en su entusiasmo por la literatura clásica, opinan que “nuestras lenguas decrépitas son jergas de bárbaros en comparación del griego i del latín”5, no hacen más que aplicar a la Lingüística la creencia teolójica de la degeneración humana. El sér que sin auxilios sobrenaturales pasó del grito a la palabra i cambió los pobres i toscos idiomas primitivos en lenguas ricas i de construcción admirable, como las habladas en la India i Grecia, se habrá detenido i hasta retrogradado en el desarrollo de sus facultades verbales: hasta el sánscrito, progreso; después, retrogradación, porque según la lei de muchos, el sánscrito es superior al griego, el griego al latín, el latín a todas las lenguas neolatinas. Si algún día se descubrieran libros en lengua más antigua que el sánscrito, los sabios imbuídos de teolojía i metafísica probarían que esa lengua era superior al sánscrito. Sabemos más que nuestros antepasados, i no hablamos tan bien como ellos. La función no ha cesado de ejercerse, i el órgano se atrofia o se perfecciona. El perfeccionamiento de las lenguas —la pretendida decadencia— ha consistido en pasar de la síntesis al análisis, así como el entendimiento pasó de la concepción en globo i a priori del Universo al estudio particular de los fenómenos i a la formulación de sus leyes. Cierto, vamos perdiendo el hábito de pensar en imájenes, las metáforas se trasforman en simples comparaciones, la palabra se vuelve analítica i precisa, con detrimento de la poesía; pero, ¿la Humanidad vive sólo de poemas épicos, dramas i odas? ¿El Orijen de las especies no vale tanto como la Iliada, el binomio de Newton como los dramas d’Esquilo, i las leyes de Kepler como las odas de Píndaro? Dígaselo que se diga, hablamos como debemos hablar, como lo exijen nuestra constitución cerebral i el medio ambiente. No siendo indostanos, griegos ni romanos ¿podríamos espresarnos como ellos? Una lengua no representa la marcha total de nuestra especie en todas las épocas i en todos los países, sino la evolución mental de un pueblo en un tiempo determinado: el idioma nos ofrece una especie de cliché que guarda la imajen momentánea de una cosa en perdurable trasformación. El verdadero escritor es el hombre que, conservando su propia individualidad literaria, estereotipia en el libro la lengua usada por sus contemporáneos; y con razón decimos la lengua de Shakespeare, la lengua de Cervantes, la lengua de Pascal o la lengua de Goethe, para significar lo que en una época determinada fueron el inglés, el castellano, el francés i el alemán.

     Cuando nuestras lenguas vivas pasen a muertas o se modifiquen tan radicalmente que no sean comprendidas por los descendientes de los hombres que las hablan hoi, ¿habrá sufrido la Humanidad una pérdida irreparable? La desaparición se verificará paulatina, no violentamente: como las naciones, como todo en la Naturaleza, las lenguas mueren dando vida. A no ser un cataclismo jeneral que apague los focos de civilización, el verdadero tesoro, el tesoro científico se conservara ileso. Las conquistas civilizadoras no son palabras almacenadas en diccionarios ni frases disecadas en disertaciones eruditas, sino ideas morales trasmitidas de hombre a hombre i hechos consignados en los libros de Ciencia. La Química i la Física ¿serán menos Química i menos Fí en rso que en chino? ¿Murió la Jeometría d’Euclides cuando murió la lengua en que está escrita? Si el inglés desaparece mañana ¿desaparecerá con él la teoría de Darwin?

     En el idioma s’encastilla el mezquino espíritu de nacionalidad Cada pueblo admira en su lengua el non plus ultra de la perfección, i se imajina que los demás tartamudean una tosca jerga. Los griegos menospreciaban el latín i los romanos s’escandalizaban de que Ovidio hubiera poetizado en lengua de hiperbóreos. Si los teólogos de la Edad media vilipendiaban a Mahoma por haber escrito el Korán en arábigo i no en hebreo, griego ni latín, los árabes se figuraban su lengua como la única gramaticalmente construída i llamaban al habla de Castilla aljamía o la bárbara5. Tras el francés que no reconoce sprit fuera de su Rabelais, viene el inglés que mira un ser inferior en el estranjero incapaz de leer a Shakespeare en el orijinal, i sigue el español que por boca de sus reyes ensalza el castellano como la lengua más digna para comunicarnos con Dios.

     Como el idioma contiene el archivo sagrado de nuestros errores i preocupaciones, tocarle nos parece una profanación. Si dejáramos de practicar la lengua nativa, cambiaríamos tal vez nuestra manera de pensar, porque las convicciones políticas i las creencias relijiosas se reducen muchas veces a fetichismos de palabras. Según André Lefévre, “de las mil i mil confusiones, acarreadas por espresiones análogas, nacieron todas las leyendas de la divina trajicomedia. La Mitolojía es un dialecto, un’antigua forma, una enfermedad del lenguaje”6.

     Con el verbo nacional heredamos todas las concepciones mórbidas acumuladas en el cerebro de nuestros antepasados durante siglos i siglos de ignorancia i barbarie: la lengua amolda nuestra intelijencia, la deforma como el zapato deforma el pie de la mujer china. Por eso, no hai mejor hijiene para el cerebro que emigrar a tierra estranjera o embeberse en literaturas de otras lenguas. Salir de la patria, hablar otro idioma, es como dejar el ambiente de un subterráneo para ir a respirar el aire de una montaña.

     Se concibe el apego senil del ultramontano al vocablo viejo,desde que las ideas retrógradas se pegan a los jiros anticuados, como el sable oxidado se adhiere a la vaina; se concibe también su horror sacrílego al vocablo nuevo, desde que el neolojismo, como una especie de caballo griego, lleva en sus entrañas al enemigo. Nada, pues, tan lójico (ni tan risible) como la rabia de algunos puristas contra el neolojismo, rabia que les induce a ver en las palabras un enemigo personal. Discutiéndose en l’Academia francesa l’aceptación de una voz, usada en toda Francia pero no castiza, Royer–Collard esclamó lleno de ira: “Si esa palabra entra, salgo yo”.

     En la aversión de la Iglesia contra el francés i la preferencia por el latín, reviven el odio de la Sinagoga contra el griego i el amor al hebreo. Como la lengua griega significaba para el judío irrelijión i filosofía, el idioma francés encierra para el católico impiedad i Revolución, Enciclopedia i Declaración de los derechos del hombre. Es la peste negra, i hai derecho d’establecer cordón sanitario. Como el judaísmo vivía inseparablemente unido a la lengua hebrea, el Catolicismo ha celebrado con el latín un’alianza eterna: el dogma no cabe en las lenguas vivas; a lo muerto, lo invariable; a la momia, el sarcófago de piedra.


III

     El castellano se recomienda por la enerjía, como idioma de pueblo guerrero i varonil. Existe lengua más armoniosa, más rica, más científica, no más enérjica: sus frases aplastan como la masa d’Hércules, o parten en dos como la espada de Carlomagno. Hoi nos sorprendemos con la ruda franqueza i el crudo naturalismo de algunos escritores antiguos que lo dicen todo sin valerse de rodeos ni disimulos, i hasta parece que pasáramos a lengua estranjera cuando, después de leer por ejemplo a Quevedo de las buenas horas), leemos a esos autores neoclásicos que usan una fraseolojía correcta i castiza.

     En los siglos XVI i XVII hubo en España una florescencia d’escritores que pulimentaron i enriquecieron el idioma sin alterar su índole desembarazada i viril. Los poetas, siguiendo las huellas de Garcilaso, renovaron completamente la versificación al aclimatar el endecasílabo italiano: con la silva, el soneto i la octava real parece que el injenio español cobró mayores alas. Para formarse idea del jigantesco paso dado en la poesía, basta comprar las coplas de Ayala o las quintillas de Castillejo con la Noche serena, la Canción a las ruinas de Itálica i la Batalla de Lepanto. Los prosadores no se quedaron atrás, aunque intentaron período colosales dimensiones, imitando ciegamente a Cicerón. Sin embargo, en cada escritor, señaladamente en los historiadores, trasciende la fisonomía personal, de modo que nadie confunde a Melo con Mariana ni a Mendoza con Moncada. Cierto, ninguno llegó a l’altura de Pascal o Lutero: los heterodojos no fueron eminentes prosadores, i los buenos escritores no fueron ortodojos. El mayor defecto de los autores castellanos, lo que les separa de la Europa intelectual, lo que les confina en España dándoles carácter insular, es su catolicismo estrecho i menguado. Se siente en sus obras, como dice Edgar Quinet, “el alma de una gran secta, no el alma viviente del jénero humano”. Fuera de Cervantes, ningún autor español disfruta de popularidad en Europa. Duele imajinar lo que habrían realizado un Góngora i un Lope de Vega, un Quevedo i un Calderón, si en lugar de vivir encadenados al Dogma hubieran volado libremente o seguido el movimiento salvador de la Reforma. En el orden puramente literario, Saavedra Fajardo insinuó algo atrevido i orijinal: despojar el idioma de idiotismos i modismos, darle una forma precisa i filosófica, tal vez matemática. Dotado de más injenio habría iniciado en la prosa una revolución tan fecunda como la realizada por Garcilaso en el verbo; pero queriendo imitar o corregir a Maquiavelo, se quedó con su Príncipe cristiano a mil leguas del gran florentino.

     Á mediados del siglo XVIII surjió un linaje de prosadores, peinados i relamidos, que exajeraron el latinismo de los escritores de los dos siglos anteriores, i de un idioma todo músculos i nervios hicieron una carne escrecente i fungosa. Por la manía de construir períodos ciceronianos i mantener suspenso el sentido desde la primera hasta la última línea de una pájina en folio, sustituyeron al encadenamiento lójico de las ideas el enlace caprichoso i arbitrario de las partículas. Sacrificaron la sustancia a la rotundidad i construyeron esferas jeométricamente redondas, pero huecas.

     Verdad, en nuestro lenguaje se reflejan la exuberancia i la pompa del carácter español: el idioma castellano se goza más en lo amplio que en lo estrecho, parece organizado, no para arrastrarse a gatas, sino para marchar con solemnidad i magnificencia de reina que lleva rica i aterciopelada cola. Pero, verdad también que entre el lenguaje natural i pintoresco del pueblo español i el lenguaje artificial i descolorido de sus escritores relamidos media un abismo.

     La frase pierde algo de su virilidad con la superabundancia de artículos, pronombres, proposiciones i conjunciones relativas. Con tanto el i la, los i las, el i ella, quien i quienes, el cual i la cual, las oraciones parecen redes con hilos tan enmarañados como frájiles. Nada relaja tanto el vigor como ese abuso en el relativo que i en la preposición de. Los abominables pronombres cuyo i cuya, cuyos i cuyas, dan orijen a mil anfibolojías, andan siempre mal empleados hasta por la misma Academia española. El pensamiento espresado en inglés con verbo, sustantivo, adjetivo y adverbio, necesita en el castellano de muchos españoles una retahila de pronombres, artículos i preposiciones. Si, conforme teoría spenceriana, el lenguaje se reduce a máquina de trasmitir ideas ¿qué se dirá del mecánico que malgasta fuerza en rozamientos innecesarios i conexiones inútiles?

     Si nuestra lengua cede en concisión al inglés, compite en riqueza con el alemán, aunque no le iguala en libertad de componer voces nuevas con voces simples, de aclimatar las exóticas i hasta de inventar palabras. Lo último dejenera en calamidad jermánica, pues filósofo que inventa o se figura inventar un nuevo sistema, se crea vocabulario especial, haciendo algo como l’aplicación del libre examen al lenguaje. L’asombrosa flexibilidad del idioma alemán se manifiesta en la poesía: los poetas jermánicos traducen con fiel maestría larguísimas composiciones, usando el mismo número de versos que el orijinal, el mismo número de sílabas i la misma colocación de los consonantes. A más, no admiten lenguaje convencional de la poesía, i, como los ingleses, cantan con admirable sencillez cosas tan llanas i domésticas que traducirlas en nuestra lengua sería imposible o dificilísimo. Mientras en castellano el poeta se deja conducir por la forma, en alemán el poeta subyuga rima i ritmo. Los versos americanos i españoles ofrecen hoi algo duro, irreductible, como sustancia rebelde a las manipulaciones del obrero: los endecasílabos sobre todo, parecen barras de hierro simétricamente colocadas. En mui reducido número de autores, señaladamente en Campoamor, se descubre la flexibilidad jermánica, el poder soberano de infundir vida i movimiento a la frase poética.

     Pero, no sólo tenemos lenguaje convencional en la poesía, sino prosa hablada i prosa escrita: hombres que en la conversación discurren llanamente, como cualquiera de nosotros, s’espresan, estrafalaria i oscuramente cuando manejan la pluma: como botellas de prestidijitador, chorrean vino i en seguida vinagre. Parece que algunos bosquejan un borrador i en seguida emprenden una traducción de lo intelijible i llano a lo inintelijible i escabroso; i el procedimiento no debe de ofrecer dificultades insuperables, cuando individuos profundamente legos, tan legos que no saben ni los rudimentos gramaticales, logran infundir a su prosa un aire anejo i castizo. Con períodos kilométricos salpimentados de inversiones violentas; con lluvia de modismos, idiotismos i refranes cojidos al lazo en el diccionario; con decir peinar canas por tener canas, parar mientes por atender, guapa moza por joven hermosa, antojeme por me antojé o díjome por me dijo, se sale airosamente del apuro. El empleo de refranes, aunque no sea novedad (pues Sancho Panza dió el ejemplo), posee la ventaja de hacer reír con chistes que otros inventaron. Todo esto, más que lucubración de cerebro, es labor de mano: hacer listas de frases o palabras i luego encajonarlas en lo escrito. Obras compuestas con tal procedimiento seducen un rato, pero acaban por hastiar: descubren el sabor libresco i prueban que el peor enemigo de la literatura se encierra en el diccionario.

     Cierto, la palabra requiere matices particulares, desde que no se perora en club revolucionario como se cuchichea en locutorio de monjas. Tal sociedad i tal hombre, tal lenguaje. En la corte gazmoña de un Carlos el Hechizado, se chichisbea en términos que recuerdan los remilgamientos de viejas devotas i las jenuflexiones de cortesanos; mientras en el pueblo libre de Grecia se truena con acento en que reviven las artísticas evoluciones de los juegos píticos i la irresistible acometida de las falanjes macedónicas.

     Montaigne gustaba de “un hablar ingenuo i simple, tal en el papel como en la boca, un hablar suculento i nervudo, corto i conciso, no tanto delicado i peinado como vehemente i brusco”. Hoi gustaría de un hablar moderno. ¿Hai algo más ridículo que salir con magüer, aina mais, cabe el arroyo i doncel acuitado, mientras vibra el alambre de un telégrafo, cruje la hélice de un vapor, silba el pito de una locomotora i pasa por encima de nuestras cabezas un globo aerostático?

     Aquí, en América i en nuestro siglo, necesitamos una lengua condensada, jugosa i alimenticia, como estracto de carne; una lengua fecunda como riego en tierra de labor; una lengua que, desenvuelva períodos con el estruendo i valentía de las olas en la playa; una lengua demcocrática que no se arredre con nombres propios ni con frases crudas como juramento de soldado; una lengua, en fin, donde se perciba el golpe del martillo en el yunque, el estridor de la locomotora en el riel, la fulguración de la luz en el foco eléctrico i hasta el olor del ácido fénico, el humo de la chimenea o el chirrido de la polea en el eje.

1889


 Para regresar a:

El índice de Pájinas libres.

El porvenir nos debe una victoria, Ensayos y poesía de González Prada.

 Para comunicarse con el Webmaster.


Notas

    1González Prada fue un verdadero polímata. “Notas sobre el idioma” muestra su gran erudición sobre una disciplina en vísperas de establecerse como campo de investigación” [TW].

    2Michel Bréal, Mélanges de mythologie et de linguistique [MGP].

    3Saint–René Taillandier [MGP]. Referencia suprimida para la edición póstuma, reintegrada aquí [TW].

    4Arsène Darmester, La vie des mots [MGP].

    5Louis Ménard, Histoire des grecs [MGP]. Referencia y puntuación verificadas en González Prada, Ensayos 1885–1916, ed. Isabelle Tauzin–Castellanos (Lima: Universidad Ricardo Palma, 2009, pág. 119, n. 9 [TW],

    6Renan, Mahomet et les origines de l’islamisme [MGP]. Referencia suprimida para la edición póstuma, reintegrada aquí no obstante las revisiones aparentes en esta oración. Algunas otras referencias fueron suprimidas debido a las supresiones de texto indicadas por el autor para una segunda edición. Los lectores interesados en estas revisiones pueden consultar el trabajo de Isabelle Tauzin–Castellanos en González Prada, Ensayos 1885–1916, págs. 107–126) y de la misma “Crítica genética de ‘Notas acerca del idioma’ y un apéndice sobre ‘Nuestros ventrales’” en Manuel González Prada: escritor entre dos mundos, ed. Isabelle Tauzin (Lima: Instituto Francés de Estudios Andinos/Embajada de Francia en el Perú/Université Michel de Montaigne Bordeaux/Biblioteca Nacional del Perú, 2006. 287–302) [TW].

    7La religión [MGP].

©2003 ©2022