Por Manuel González Prada, Anarquía
Cuando la mayoría, dice Reybaud, se entumece en la faena cotidiana, volviéndose incapaz de contribuir a la marcha progresiva de los siglos, surgen hombres organizados para rebelarse contra las ideas aceptadas y promover tempestades, así en el mundo de la inteligencia como en el campo de los hechos. De ahí la agitación incesante, el movimiento que si hoy se puede retardar en un terreno, mañana se acelera en otros, sin dejar punto inmóvil en el dominio del pensamiento, abarcando todas las necesidades humanas, fecundizando la vida, revolucionando el orbe. La existencia de la Humanidad no se reduce, pues, a girar irremediablemente sobre ella misma o agitarse sin esperanza ni objeto alrededor de un círculo fatal: asciende por una escala misteriosa y cada día se acerca más a una cumbre de serenidad y luz.
La oposición de los rebeldes a las opiniones reinantes actúa como factor poderosísimo en las transformaciones sucesivas. Mas, aunque la rebeldía no produjera sino alguna desconfianza del presente y el deseo de aislarse para juzgarle con mayor imparcialidad, causaría con ese deseo y con esa desconfianza un gran bien: despertar a los dormidos, sacudir a los perezosos. ¡Con tan buena voluntad seguimos sometiéndonos a los hábitos más viciosos y más funestos! ¡Con tanta dejadez nos abandonamos a la corriente de la rutina, por mucho que proteste el corazón y se subleve la conciencia!
Al condenar lo existente y pedir la subversión total del régimen económico sancionado por el transcurso de los siglos, los reformadores radicales plantean en términos claros el problema de la organización social, circunscriben el campo de la lucha y rompen las líneas de una óptica convencional. Nada tan útil como los gritos de alarma; por exagerados que parezcan, ellos arrancan a la Humanidad de su letargo, la vuelven al sentimiento de su misión, la obligan a proseguir su marcha secular.
Verdad, la mayoría resiste al llamamiento subversivo, no presta mucha fe a las palabras de absoluta denigración y se mantiene en guardia contra los sistemas preconizadores de una súbita renovación social; mas discute a los reformadores, les combate y de la controversia misma hace nacer la duda, duda traducida muy pronto por la necesidad o la conveniencia de efectuar algunas reformas. Gracias a la acción de los rebeldes, resulta, pues, una infiltración incesante de elementos dinámicos en un mundo con visos de inercia, una amalgama de temeridad y prudencia, de quietud y movimiento, lo que constituye la vida y la esencia de las sociedades.
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