Por Manuel González Prada, Anarquía
Cuando salió de la escena política el último ministerio conservador ingles, uno de los más avanzados periódicos de Londres le consagró en breves palabras la merecida oración fúnebre, llevándose de encuentro a la misma Inglaterra.
“El gobierno de bribones y ganapanes que acaba de dimitir --decía el periódico londinense-- nos deja ríquisima cosecha de reacción. La Ley sobre Extranjeros (Alien's Act) habría sido vista en Inglaterra como una vergüenza hace cincuenta años; pero somos hoy un pueblo muy diferente del de entonces: sólo tenemos ojos para el brillo de la moneda; sólo tenemos orejas para el retintín del oro”.
La Ley sobre Extranjeros o, más propiamente hablando, contra la inmigración, ley que desde enero del presente año se ejecuta con severísimo rigor, es la sórdida manifestación del espíritu inhumano y egoísta que va recrudeciendo en todas las naciones, sin exceptuar a las más enorgullecidas con la civilización cristiana. Para introducir sus telas, su opio, su alcohol y su Biblia, las grandes potencias abren a cañonazos Asia y Africa; pero quieren cerrar sus puertas no sólo al amarillo y al negro, sino también al blanco sin bolsa repleta de oro. Puede afirmarse que existe una confabulación internacional contra el proletariado: se pretende que todo hombre sin bienes de fortuna y sujeto a vivir de un jornal no emigre en busca de aire o pan y muera resignadamente en el cuchitril o el arroyo de su patria.
Esa ley, urdida por los conservadores pero severamente aplicada por los liberales, dificulta si no imposibilita el ingreso a las Islas Británicas de los undesirables i proletarios, pues determina que para desembarcar se necesita buena salud, un pasado sin lacra judicial y medios de subsistir por algún tiempo. Naturalmente, dado el continuo éxodo de los perseguidos por el Zar, las primeras víctimas del Alien's Act han sido los refugiados rusos que no tenían billetes de banco, libras esterlinas ni crédito abierto en ninguna casa inglesa. Sin dejarles descender a tierra, se les hizo regresar al punto de embarco. Por este motivo, ya ninguna compañía de los vapores que navegan del continente a las Islas Británicas admite pasajeros de tercera clase, si no están provistos con billetes de ida y regreso.
Esta Ley de Extranjeros, muy semejante a la promulgada en Estados Unidos, prueba que Roosevelt1 va formando escuela. Verdad que en Inglaterra no se ha visto aún lo ocurrido en América del Norte: vedar el desembarco de dos personas por el delito de vivir maritalmente sin ser casadas; pero ya lo veremos, que la púdica Albión no puede quedarse atrás en achaques de hipocresía.
(1906)
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1Refiérese a Teodoro Roosevelt [LAS].